15 Mar ¿Y Si Nos Negamos A La Eternidad?
“También ha puesto eternidad en sus corazones”
(Eclesiastés 3:11)
Todos tenemos un sentido de transcendencia. Está incrustado en nuestros corazones. Sabemos que somos más que un accidente químico en el Universo. Por eso usamos palabras como “amor”, “bondad”, “ternura” o “esperanza”. Nuestro cuerpo cumple funciones fisiológicas y químicas que nos producen esas sensaciones, pero al mismo tiempo sabemos que son más que simples segregaciones químicas.
Dios puso eternidad en tu corazón.
Eres más complejo que una maraña de químicos.
La eternidad no se trata solamente de algo que va a ocurrir después de que muramos. La eternidad tiene que ver con ese sentido interno que nos dice que hay algo más. Tenemos hambre de algo mayor. Quizás no lo podemos describir con palabras, ¡y eso es bueno! Si lo pudiéramos describir, cuantificar y explicar, perdería parte de su esencia. Agustín lo llamó “el sentido de Belleza”. Nuestro corazón sabe que hay algo más que lo que vemos.
Pero pensemos, aunque sea por un momento, ¿qué pasaría si no escucháramos esa voz que ha sido grabada en nuestro ser?
¿Qué ocurriría si le diéramos la espalda al sentido de Belleza que fue dibujado en nuestro corazón?
¿Y si nos negamos a la eternidad? ¿Qué pasaría?
Solo podríamos suponer la terrible tragedia en la que nos veríamos envueltos si nos negamos a pensar que existe ese algo más. Sin embargo, no puedo resistir la tentación de describir brevemente cómo creo que sería una parte de nuestra experiencia si le diéramos la espalda a la transcendencia que Dios escribió en nosotros.
Obviamente, nos importaría solamente el aquí y el ahora, los beneficios personales, lo que podemos sacar de los demás. Por ejemplo, si hubiera unas votaciones democráticas, los políticos se aprovecharían de la gente mintiéndoles sobre sus promesas. Regalarían tamales o ventiladores con el fin de conseguir un puesto. Inundarían los diarios con propuestas que no llevarían nunca a cabo.
Porque pensarían únicamente en su beneficio personal.
No verían en el otro alguien por servir, sino una oportunidad para aprovecharse.
Porque sin transcendencia no hay respeto. El otro es un accidente químico.
Así que en un mundo que se negó a la eternidad, el dinero sería el bien más preciado. La gente haría lo que sea por obtener más y más y más. No se vería el dinero como un medio sino como un fin. Las familias se sacrificarían en el altar de los dólares, euros o pesos. Habría una desigualdad absoluta, al punto que la comida que se desperdicia en una parte del Planeta serviría para alimentar a la otra parte que está en necesidad. ¿Por qué no se haría el esfuerzo por darle de comer al necesitado si, en últimas, esa comida se va a desperdiciar? ¡Sencillo! Porque en un mundo que se niega a la eternidad son más importantes los costos de una transacción que la vida de una persona.
Pienso que la tragedia de la negación también afectaría a los gobiernos, ya que las instituciones están constituidas por personas. Entonces, existirían países donde los estudiantes tienen que salir a reclamar algo de justicia porque sus mandatarios están utilizando el poder para oprimirlos, dañarlos, intoxicarlos, desvalorarlos. Se podrían hacer discursos de horas en la televisión, pero la gente seguiría descontenta. También creo se tratarían de acallar las voces que reclaman ecuanimidad con asesinatos, con muerte, con torturas. Porque el gobierno de ese país en lugar de respetar la vida le interesaría mantener el poder.
El poder sería una tentación irresistible sin importar si son de Derecha o Izquierda.
Es muy probable que en un mundo donde se le haya dado la espalda a la Belleza se discutan leyes a favor del aborto. ¡El hecho de contemplarlas ya sería una tragedia! En lugar de darle fuerza a mecanismos como la adopción o el apoyo social, se buscaría matar a la criatura que viene en camino. Las madres que desean abortar dirían que es una forma de “decidir sobre su propio cuerpo”, olvidando que están eligiendo sobre el cuerpo de alguien más: su bebé. Se negarían a aceptar el misterio que, de alguna forma, ellos dos en realidad son uno solo.
Es muy fácil matar cuando no se trata de ti.
Es muy fácil hablar de muerte cuando no te involucras con el otro.
Matar sería un proceso médico justificado, porque no se vería la vida como algo más que latidos rítmicos de un corazoncito. La vida humana perdería su valor. Sería un simple accidente. Ese bebé sería un problema del cual librarse, no un ser por amar.
Incluso llego a pensar que negar la eternidad también afectaría a los grupos “cristianos”. Detrás de esa fachada, se aprovecharían de los demás con términos manipuladores como “siembra” y “pacto” o cosas por el estilo. Como si Dios no hubiera hablado en Su Palabra, la gente estaría buscando “profecías”, pagarían para que alguien les confirmara los deseos de su propio corazón. Veríamos a Jesús como un medio, no como un fin: Jesús sería la forma para alcanzar lo que yo quiero.
Jesús no nos sería suficiente.
Él no sería el Todo sino “una parte muy importante”.
En un mundo así, es muy probable que la iglesia rechazara a la gente en lugar de abrazarla. Todo el tiempo juzgaríamos a los hipócritas, pero no nos percataríamos que ellos también necesitan compañía. Todos la necesitamos. Porque la compañía hace parte de ese algo más que fue escrito en nuestros corazones. Habría preguntas del tipo “¿cuántos miembros tiene tu iglesia?”, como si cada persona no fuera un milagro suficiente para estar agradecidos por pertenecer a una comunidad (no importa su tamaño). En lugar de unirnos, nos dividiríamos. Nos interesaría más la popularidad que la integridad.
La iglesia fue creada para ser un testimonio de la Eternidad para nuestro mundo. Por lo tanto, si negásemos la eternidad, la iglesia sería intranscendente, irrelevante.
Sin la Eternidad, la iglesia perdería sentido.
Pero bueno…todo esto son solo suposiciones.
¡Menos mal no vivimos en un mundo así!
©MiguelPulido
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