17 Jun No Somos Víctimas
El pecado es un proceso, no un evento. No nos toma por sorpresa en un momento inesperado que la vida. Si fuera así, entonces Dios no tendría de qué juzgarnos, porque seríamos víctimas. Sí podemos ser víctimas de los pecados de otros, pero nunca somos víctimas de nuestro pecado. En otras palabras, no pecamos por obligación, sino por decisión; no por imposición, sino por elección.
En el Nuevo Testamento, Santiago le escribió a los cristianos al respecto. Les dijo que el pecado no era intempestivo, sino que se daba en un proceso. Por eso, en los versos 13-15 del primer capítulo de su carta dice lo siguiente:
“Que nadie, al ser tentado, diga: <
Tenemos que aclarar a qué se refiere Santiago con la palabra “tentar” (peirazo). Lo debemos hacer porque es exactamente la misma palabra que se usa en los vv. 2-3, donde se nos invita a gozarnos en las pruebas (peirazoi). Así que tenemos que hacernos la pregunta: ¿A qué se refiere Santiago?
¿Por qué nos invita a alegrarnos de la peirazoi y ahora nos lo está presentando como un verdadero problema?
Todos los seres humanos, de todas las lenguas y en todas las épocas han tenido la tendencia a utilizar las palabras de distintas maneras. No siempre las palabras significan exactamente lo mismo. Depende del momento y del entorno en el que la estemos hablando. Por lo tanto, una palabra puede tener varios significados. Así, por ejemplo, nos encontramos con la palabra “ilusionar”, la cual puede tener una connotación positiva o negativa, según su contexto. Si decimos que estamos ilusionados con lograr cumplir nuestras metas, básicamente la palabra tiene el sentido de esperanza, de aguardar un bien. Pero si decimos que un hombre ilusionó a una jovencita, entonces nos referimos a un engaño entre las personas.
Una misma palabra. Dos significados distintos.
Parece que esto es lo mismo que está haciendo Santiago en esta sección de su carta: está usando una misma palabra, pero con sentidos diferentes. Por un lado, tenemos las peirazoi (pruebas) que nos llevan a madurar en nuestro cristianismo. Esa es una prueba de fe que nos impulsa a crecer. Por otro lado, tenemos las peirazoi (tentaciones) que buscan nuestra caída. Esta es una prueba que impulsa nuestra caída. De tal forma que hay peirazoi que no llevan a crecer y peirazoi que nos llevan a caer. Las primeras son buenas; las segundas son malas. Las primeras tienen un resultado positiva; las segundas uno negativo. Las primeras nos fundamentan en nuestra fe; las segundas nos alejan de Dios.
En estos versículos, Santiago está hablando de las peirazoi negativas.
Este tipo de prueba no surgen de Dios. Él no nos va a probar para que caigamos en el pecado. En este caso, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, ya que esta prueba surgen de nosotros mismos, de nuestros impulsos, de nuestras tendencias, de un corazón que está inclinado hacia el mal. Por eso es que la lucha con la tentación, en últimas, es algo extremadamente personal: porque las mismas cosas que me tientan a mí puede que no lo tienten a usted; lo que para mí es una lucha para usted puede ser una simpleza. En cualquiera de los casos, el primer impulso hacia el pecado nace de nosotros mismos.
Pero todavía es un impulso, aún no es el pecado en sí.
Sentir una inclinación hacia lo malo no es en sí un pecado. Si fuera así, todos pecaríamos todo el tiempo. Más bien, es como una declaración de guerra: aún hay tiempo de luchar y hacer estrategia, porque la batalla apenas está por comenzar. Y esto es muy importante si pensamos en el hecho que el pecado no es ser impulsado, sino rendirse ante ese impulso.
Es esperanzador saber que siempre existe la posibilidad de resistir. Pero, si seguimos en el proceso, entonces terminaremos pecando.
Santiago nos muestra que todo comienza cuando se empieza a consentir esa inclinación en el corazón. Ya aquí no estamos hablando de la persona que está luchando, sino que ha permitido una pequeña filtración en el muro de contención. Ahora es más vulnerable. Porque consentir ese deseo, tarde o temprano, lo llevará a ejecutar aquello que se ha propuesto. Después de eso, sólo le queda por delante afrontar las consecuencias de su elección.
En síntesis, observamos que la Biblia es muy clara al mostrarnos que el pecado es una elección deliberada y gradual que todo ser humano puede o no hacer, no es un evento aislado de nuestra historia. El pecado es un punto de llegada, no un punto de partida. Por más fuerte que sea nuestra tendencia hacia ese pecado, siempre, aunque sea un segundo antes, tendremos la opción de escoger. La elección siempre recae en nosotros.
Nadie nos la impone.
No somos víctimas.
Siempre se toma una decisión. El pecado está rondando en el corazón, pero no lo tiene dominado. Es posible dominar el pecado. Antes de ser atrapado, existe la posibilidad de hacer frente a esa fiera, tal y como lo hace un cazador. Cuando el cazador está en el bosque, puede volverse, en un momento, la presa de la fiera que fue a cazar. El cazador siempre está en peligro. Cazar es un riesgo también para él.
Pero siempre tiene la oportunidad de cambiar de posición.
Porque nunca deja de ser el cazador.
Siempre existe la oportunidad de luchar. Siempre existirá la oportunidad de dominar el pecado. Siempre existirá el momento en el cual podremos escoger si ser cazador o ser presa.
El pecado nunca nos toma por sorpresa.
Porque no somos víctimas.
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