10 Feb Forma Y Fondo Parte II (¿Qué Evangelio Escuchas?)
Lucas 9 comienza contándonos la historia de la primera misión de los doce discípulos de Jesús. Ellos, según lo había ordenado el Maestro, debían ir por diferentes lugares haciendo básicamente dos cosas: (1) anunciando el reino de Dios y (2) sanando a los enfermos.
Sin embargo, la historia se interrumpe abruptamente.
Antes de seguir contándonos lo que pasó con dicha misión, Lucas hace un comentario sobre Herodes. Nos dice que Herodes se enteró de lo que estaba ocurriendo y empezó a escuchar las interpretaciones que habían al respecto. Algunos decían que Elías había resucitado, otros decían que era otro profeta; otros decían que era Juan el Bautista. Y este último personaje tiene bastante que ver con Herodes. Porque Juan fue decapitado por un mandato de Herodes.
Herodes había ordenado asesinar al Bautista.
¿Por qué haría algo así?
Si lees un poco más atrás en la historia, te vas a dar cuenta de la razón: el deseo de una mujer. Herodes mandó que le cortaran la cabeza a Juan porque una mujer se lo pidió. Asesinó por un capricho femenino.
Después de esta “interrupción”, Lucas vuelve a retomar el relato de la misión de los doce. Nos cuenta que volvieron y le contaron a Jesús sobre cómo les había ido. El reporte era positivo. Tras su viaje, estaban a solas con Jesús para relatarle sus experiencias. No obstante, los lugareños se enteraron que Jesús y los suyos estaban en la región. No querían que el Rabí pasara y no ocurriera nada extraordinario, como solía ocurrir cuando él estaba cerca. Así que aprovecharon la oportunidad: buscaron al Maestro. Lucas nos dice que él los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a quienes lo necesitaban. ¡Interesante! Jesús hace exactamente lo mismo que le mandó a hacer a sus discípulos: (1) hablaba del reino de Dios y (2) sanaba a los enfermos.
El Maestro no sólo ordenaba; hacía.
Esta es, grosso modo, la historia que nos narra Lucas en el capítulo 9 de su evangelio. Es una historia que nos reta y nos inspira. Pero tenemos que ir más allá de lo evidente. Tenemos que hacernos la pregunta que tiene que ver con la forma: ¿por qué Lucas hace esta inclusión[1]? ¿Por qué interrumpe la historia de la misión de los doce para hacer referencia a Herodes?
¿Por qué Lucas relaciona los relatos?
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
Un asunto llamativo que se da en la primera sección del pasaje es que Jesús les ordena a sus discípulos no sólo que sanen, sino que prediquen el reino de Dios (v. 2). Después les da las indicaciones de lo que deben hacer en cada lugar[2]. Los discípulos, entonces, están preparados para emprender su viaje y cumplir la misión encomendada por el Maestro. Lucas nos cuenta que cumplieron con las órdenes de Jesús. Sin embargo, en ese momento hace un intercambio de palabras muy llamativo. Lucas cambia intencionalmente la idea de “predicar el reino de Dios” (v.2) por “evangelizar” o “anunciar el evangelio” (v. 6).
¿Por qué Lucas haces ese intercambio?
En ese entonces la palabra ‘evangelio’ tenía una carga muy especial. No se trataba de cinco pasos para ir al cielo o un método para ganar nuevos adeptos a la congregación local. Tampoco era una idea metafísica de una vida incorpórea[3] en el futuro. ‘Evangelio’ era una proclamación real. Era el anuncio de un reino. Cuando un rey quería dar un anuncio, entonces enviaba un evangelio. Era algo muy común en la época. De tanto en tanto el César enviaba un evangelio, es decir, un anuncio real. El evangelio sí era primeramente un mensaje. Pero no era un mensaje de superación, sino el mensaje de un rey. Eran las palabras de alguien que estaba al mando, de alguien superior.
Por lo tanto, César era el único que enviaba evangelios.
Porque el emperador era el único rey. Era el único que enviaba a otros a “evangelizar”.
Y creo que es en esta vía que podemos encontrar la relación entra la forma y el fondo. Porque justo en medio de una misión evangelizadora se nos cuenta de Herodes, quien era un servidor del César. Él era un representante del emperador para el pueblo judío. Herodes estaba en una posición delegada por el emperador. De alguna manera, Herodes encarnaba la autoridad del César para esa provincia del magno imperio romano. Y Lucas nos dice que este Herodes, este representante del imperio, era un asesino.
La relación que encuentro entre las partes es la de un contraste. Lucas nos está mostrando que hay un reino diferente al de César: el reino de Dios. Existe una persona que hace las cosas diferentes: Jesús. Su decreto real, su evangelio, busca sanar las vidas de los necesitados. Sus discípulos son enviados para llevar sanidad. Por el contrario, el representante del César es un asesino.
El reino de César trae muerte. El reino de Dios proclama la vida.
Herodes asesina. Los discípulos sanan.
César oprime. Jesús libera.
En este pasaje, Lucas nos está mostrando un evangelio distinto al que se escuchaba por ese entonces. Esta es la proclamación de un reino diferente. Aquí el rey no es César; es Dios. Y ese hecho hace que las cosas funcionen de forma diferente. Lucas nos está mostrando que el evangelio de Jesús trae esperanza a este mundo, aquí y ahora. Lucas nos muestra que el decreto real habla de un gobernante de una índole muy distinta a la del César.
Jesús no multiplicó sus ejércitos; pero sí multiplicó panes.
Jesús no estaba sobre la gente; le gustaba estar con la gente.
Jesús no asesinó a sus contradictores; se entregó para ser asesinado por ellos.
Jesús es diferente al César. Por lo tanto, sus evangelios son distintos. Y la pregunta que tenemos que responder en esta orilla de la historia sigue latiendo tan fuerte como en el primer siglo:
¿Cuál evangelio escuchas?
[1] Si quieres saber en mayor detalle cómo funciona la inclusión, te invito a ver el post anterior.
[2] Son detalles muy específicos, los cuales, evidentemente, hacen un eco del Éxodo; pero ese es todo un tema distinto.
[3] Este es un tema que ha generado todo un debate entre los teólogos de la actualidad. Si desean saber más específicamente sobre el tema, recomiendo la lectura del libro “La Resurrección Del Hijo De Dios” del erudito N.T. Wright. Uno tarda una eternidad en leer el libro, pero vale la pena.
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