20 Feb Amé A Esa Prostituta
Tengo algo más de treinta años. Enseño la Biblia desde hace un tiempo. Se podría decir que tengo un ministerio fructífero. Es más, el otro día me invitaron a una reunión con los duros del ministerio en mi ciudad.
Y allí fue donde me ocurrió lo que quiero comentarte.
Es un poco extraño escribirlo, pero siento que alguien debía saberlo.
Estábamos en la mitad de la reunión, discutiendo sobre la importancia del servicio para cualquier persona que realmente cree en Dios. Era una charla muy interesante. Me asombraba el conocimiento de todos esos hombres de Dios sobre este asunto. Sus puntos de vista eran sencillamente fascinantes.
Sin embargo, en un momento dado, se empezó a escuchar un bullicio a la entrada del salón donde estábamos reunidos.
Sin previo aviso, una jovencita entró y se plantó justo en medio de nosotros. Estaba buscando a alguien. Su mirada rodeaba el salón tratando de identificar a esa persona. No obstante, todos trataban de rehuirle a esos ojos color carmesí.
¿Por qué?
Esa chica—calculo que tendría entre 25 y 30 años—tenía prendas que dejaban ver demasiado de ella. Su cuerpo estaba solamente forrado con un vestido que evocaba el cuero gastado, el cuál hacia juego con su cabello negro como la noche. No sé si lo que llevaba puesto era una falda o un cinturón largo; la verdad es que no dejaba mucho a la imaginación. Aún así, su rostro, todo pintado con colores que resaltaban cada uno de sus profundos rasgos, era muy hermoso. Y sus ojos, profundos como el océano, revelaban que había vivido mucho más de lo que es prudente consignar con las palabras.
No tenías que ser un genio para darte cuenta que ella era una prostituta. Una prostituta que estaba buscando a alguien. Y ese alguien era yo.
Se acercó ante la mirada perpleja de todos los allí presentes, quienes empezaron a murmurar ante tan incómoda situación. Cuando llegó frente a mí, beso mi mejilla y se abrazó a mi cuello. Su perfume, con el que seguramente rociaba los lechos en los cuáles se encontraría con sus amantes, impregnaba ahora todo mi cabello. Mi vestido ahora olía a ella.
Para ser sincero, disfruté ese momento. Por eso, decidí abrazarla.
Amé a esa prostituta…
No me refiero a la malformación del amor que hace pensar que sólo es un acto físico. Me refiero a que en ese momento nuestros corazones se conectaron. Por un instante, escuché sus miserias, su dolor, su deseo de amar y ser amada…verdaderamente amada. Nos encontramos en el punto donde las miserias unen nuestra humanidad.
Nunca nos dijimos una palabra, pero ambos sabíamos que ese abrazo significaba mucho más que eso. Es como una búsqueda eterna que había concluido en ese momento. Me di cuenta que yo la había estado buscando a ella, y ella me había estado buscando a mí. ¡Por fin nos habíamos encontrado! Ese abrazo era el sello que certificaba la conclusión de nuestra búsqueda.
Me separé un poco de ella y besé su frente.
“Aquí estás”—susurré a su oído.
“Aquí estás”—respondió ella con una sonrisa en su rostro.
Todo el salón nos miraba. Los grandes hombres de Dios no sabían qué hacer ante tan bochornosa situación: un prominente colega estaba en la mitad de la reunión susurrando quién sabe qué a los oídos de una prostituta. Parecía como si nos conociéramos de hace bastante tiempo atrás.
“Si fuera un hombre de Dios—comenzaron a decir—, sabría que ella es prostituta y se apartaría. No debería comulgar con el pecado”.
Se acercó a mí una de los organizadores del evento para decirme que ella se debía retirar del lugar. Pero yo no podía dejar que ella saliera de ese lugar humillada, maltratada y rechazada. Ya había pasado mucho de eso en su vida. Seguramente encontraría algo diferente en medio de una reunión de hombres de Dios. Yo sabía que ellos entenderían.
“Si desea ser parte de este círculo—dijo quien estaba a cargo—, debe ser un claro ejemplo de santidad. Y, con todo el respeto que me merece, este vergonzoso incidente deja mucho que pensar al respecto. Si desea irse con ella, nos está dando la espalda a nosotros”.
Fue entonces cuando tomé una decisión: si ella iba a salir, yo también lo haría. Había encontrado aquello que tanto busqué. Encontré la perla que estaba perdida. No podía dejarla ir.
Así que me fui con ella.
Seguí amando a esa prostituta…
Otra vez, no me refiero a que tuvimos un encuentro fortuito. Sencillamente, charlamos un poco de la vida. Me contó cómo había llegado hasta este punto de su existencia. Lo único que pude hacer fue escuchar, llorar y seguir amando. Así transcurrió toda esa noche.
Y, al amanecer, cada uno se retiró a casa.
Pero sabíamos que no seríamos los mismos tras esa noche.
Después de ese encuentro me di cuenta de algo:
Amo a las prostitutas.
No sé si te guste escuchar eso o no. Sin embargo, quería que lo supieras.
Atentamente,
Jesús
gabriel
Posted at 21:13h, 20 febreroQUE LUJO QUE HIMBA
el mejor que he leido…
literariamente muy bueno….
excepto por el me di cuenta… él ya lo sabía .. pero que nota….
felicitaciones migue. sigue así.. a mi no se me ocurrió pero mejor porque el titulo no seria tan bonito. me sentí leyendo un poco de paulo.
Anónimo
Posted at 15:11h, 21 febreroVerdaderamente nos falta aprender mucho del maestro.
con tan solo cambiar el tiempo y el espacio me pregunto.
será que algún día podremos mirar, amar y escuchar desde el corazón de Dios?
Lucho
Sara
Posted at 13:51h, 24 febreroWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!
ME ENCANTA!!!!
SIMPLEMENTEBACANISIMO!!!!!
Anónimo
Posted at 10:18h, 03 marzoFlaco: Gracias, no lo había visto así, tan gráfico. Dios te de sabiduría para seguir su camino.
Lc. 7:36 ss
Lc. 6:37-38
MAPC