Vale La Pena Morir (Parte 1): La Base Para Un Buen Matrimonio - pulidomiguel
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Vale La Pena Morir (Parte 1): La Base Para Un Buen Matrimonio

Hace poco me pidieron que predicara en mi iglesia. El título de mi enseñanza fue “¿Por Qué Todavía Me Quiero Casar?”. Toqué el tema del matrimonio desde la perspectiva bíblica. Algunos me pidieron que subiera mis reflexiones al blog (tal vez algunos posts serán más extensos que lo habitual, por lo cuál pido disculpas), así que voy a montarlas durante estas semanas en una serie llamada “Vale la pena morir”. Ese día prediqué con un tablero. Paula, mi cuasi-hermanita, me dio la idea de montar los gráficos de cada sección-que se mostrarán a lo largo de la serie. Para su lectura recomiendo leer el pasaje de Efesios 5:21-33, ya que es una exposición del mismo.

Estamos en la sección práctica de la carta a los Efesios[1]. Ya Pablo estableció la realidad teológica de la iglesia como Cuerpo de Cristo. Por medio de esa metáfora muestra el sublime llamado que tiene todo seguidor de Jesús. Es una realidad que debe afectar cada aspecto de la existencia: cada relación, cada paso, cada hora, cada día. El cristianismo, según lo demuestra Pablo, no es algo que ocurre sólo los domingos; es la identidad que permea (o debe permear) toda nuestra vida.

El verdadero cristianismo no es una nueva religión; es una vida diferente en cada uno de sus aspectos.

Por eso es que Pablo puede hablar del matrimonio. Porque ser el pueblo de Dios involucra todo lo que somos en cada segundo. No se trata sólo de una liturgia dominical, ni siquiera se trata de ir o no a una iglesia; se trata de ser iglesia. Se trata de vivir esa realidad en cada una de las dimensiones que componen la complejidad de lo que somos. La voluntad de Dios, por lo tanto, debe afectar nuestro trabajo, nuestra manera de manejar el dinero, nuestra forma de conducir, nuestro estudio, nuestras relaciones interpersonales, nuestra trato hacia los demás, nuestras actividades, nuestra manera de responder, nuestras emociones y nuestro matrimonio; especialmente, nuestro matrimonio.

Porque esa la relación más importante de tu vida. Porque es allí donde vas a saber verdaderamente qué tanta importancia tiene la voluntad de Dios para ti.

Te aseguro que la persona que puede atestiguar si eres o no buen cristiano no es el pastor o cualquier otro líder de la iglesia, sino tu esposo o esposa. Es él quien te conoce las 24 horas del día, los 7 días a la semana. Es él quien sufre o disfruta las consecuencias del hecho que tú seas seguidor de Jesús. Él sabe si vives un cristianismo diario o sólo aparentas un poco de piedad en frente de todo el mundo los fines de semana.

Por eso es tan importante saber cuál es la voluntad de Dios para esta área tan esencial de nuestra vida. Así pues, Pablo nos introduce al tema del matrimonio con un aspecto esencial de la vida de todo cristiano: el sometimiento mutuo. El versículo 21, entonces, es un marco que nos ayuda a entender correctamente lo que se va a argumentar a continuación.

¿Qué significa, entonces, el sometimiento del cuál Pablo habla?

Someterse literalmente significa ponerse bajo la orden de alguien. Es reconocer la autoridad de otra persona. Aquí Pablo lo está presentando como una realidad recíproca dentro del cuerpo de Cristo. Es un asunto fundamental para conservar la unidad de la iglesia y de cualquier relación: Reconocer la dignidad, autoridad y respeto que el otro tiene. Por eso es tan esencial el servicio: Es la puesta en práctica de este principio de vida. Si somos cristianos, estamos llamados a servir. Es lo que somos. No es algo que omitimos a voluntad. Debe ser una característica de nuestra vida. Y esto, obviamente, no se refiere solamente a estar en un ministerio en la iglesia—lo cuál está muy bien—, sino que apunta a algo constante.

Si debemos someternos los unos a los otros, eso implica que no hay nadie que sea superior; todos somos dignos del mismo trato. Que un miembro cumpla una función específica dentro del cuerpo no implica que sea más importante que los otros. Que haya una estructura no significa que hay superiores e inferiores.

El sometimiento mutuo nos recuerda la dignidad del otro y la nuestra propia.

Sin embargo, Pablo va un paso más lejos: dice que ese sometimiento debe ser ‘en el temor de Cristo’. La idea ‘en (o por) temor’ aparece en el AT exclusivamente en relación con Dios. Es decir, el único al que se debe temer es a Dios. Y ese temor, más allá de tenerle miedo a alguien, da la idea de obediencia por amor, teniendo la mirada en él y viviendo bajo los parámetros que él establece. Es el punto fundamental que marca la diferencia entre el justo y el impío: el justo se conduce “en temor”. Así pues, ello está relacionado directamente con la santidad de la relación personal con Dios.

Ahora, debemos tener en cuenta que Pablo va un paso más lejos al unir dos realidades: por un lado, nos dice que debemos someternos mutuamente, y eso, por otro lado, debe hacerse “en temor a Cristo”. Aparte de dejar en claro que Cristo es el mismo Dios del AT, Pablo nos muestra el sometimiento mutuo es la realidad en la que se refleja nuestra relación con ese Dios. En otras palabras, el verdadero temor de Dios no se ve reflejando en qué tanto venimos a la iglesia, ni en cuánto tiempo oramos, ni la Biblia que sabemos, ni cuánta teología conocemos (y aún así todo eso es importante), sino en nuestra capacidad de someternos los unos a los otros.

Qué tanto le obedecemos a Dios se manifiesta primordialmente en qué tanto estamos poniéndonos bajo la autoridad de nuestro hermano.

Porque no podemos hablar de respetar a Dios si irrespetamos a aquél que es hecho a su imagen.

“Sométanse los unos a los otros por reverencia a Cristo”.

Es un mandato que equilibra nuestras relaciones como iglesia. Pero especialmente regula la relación matrimonial y familiar. Y es lo que Pablo nos demuestra en los siguientes versículos…

Continuará…


[1] Existe una discusión entre los estudiosos sobre si la carta en realidad estaba dirigida a la iglesia de Efeso. La discusión se fundamenta en el hecho que en los textos originales no aparece la palabra “de Efesio” en el versículo 1 del primer capítulo de la carta. Se ha sugerido que esta era una carta de circulación entre las diferentes iglesias de esa parte de Asia y Europa.

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