En el medio cristiano se tratan de enfrentar dos interrogantes principalmente: por qué y para qué. Hay libros, escritos y videos que buscan explicar las razones por las cuales el coronavirus está entre nosotros. La cuestión que pienso asumir no proviene de una investigación respecto al verdadero origen de esta pandemia, ni deseo persuadirte respecto al porqué el sufrimiento no debería llevarte a dudar de Dios, ni pretendo demostrar cuál es el propósito que se esconde detrás de esta situación.
Mi pregunta es más sencilla: ¿y entonces qué ofrece el Evangelio para esta realidad?
¿Qué perspectivas brinda para una experiencia tan particular?
¿Cómo nos ayuda el mensaje de Jesús a enfrentar este sufrimiento?
Así que mi propuesta es esta: caminemos juntos por algunas escenas de los evangelios donde Jesús encaró el dolor humano en distintas dimensiones. El Evangelio no es un cheque en blanco para una vida sin dolor; más bien es una invitación a asumirlo desde una perspectiva diferente, porque no se trata de negarlo, ignorarlo o rechazarlo con fórmulas religiosas prestablecidas, sino de atravesarlo y enfrentarlo para encontrar que Dios tiene la capacidad de crear algo nuevo aún del sufrimiento más terrible y de la injusticia más plausible.
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Qué gracia tiene la gracia
Un libro sobre la gracia no puede pretender ser el punto final de la discusión. La gracia sigue siendo misteriosa. Cada contexto tiene una forma particular de repercutirla. Este libro es como una piedrecita que se arroja en la mitad de un lago y, tras su contacto con el agua, produce una serie de ondas esparcidas indefinidamente. Este no es un libro innovador, pero espero que sea transformador, inspirador, incendiario, desconcertante y revolucionario. Porque la gracia es eso y mucho más. Ella no está encerrada dentro de una fórmula de causa y efecto, no la podemos generar, simplemente Dios la da. Es inesperadamente esperanzadora, trae luz a los escenarios más oscuros, toma el castigo del culpable sobre sus hombros, corre y abraza al que le había dado la espalda, restaura al que la había negado, lava los pies al que la traicionará, e insiste en tocar la puerta que tantas veces se le ha cerrado. La gracia siempre irá más allá de la lógica humana, porque funciona con la amorosa lógica divina.
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