
15 Mar PERDÓN, DOCTOR HAWKING
Lejos está de mí pensar que soy siquiera un principiante en comprender las teorías de Stephen Hawking, uno de los físicos teóricos más brillantes de nuestra era. He leído algo de sus trabajos, pero mis observaciones al respecto son desde una perspectiva filosófica y teológica. Incluso hace unos años hice una publicación sobre el desacuerdo que tenía con una de sus afirmaciones acerca de la existencia de Dios, ya que lo consideraba una suposición que trasciende los límites de la observación científica[1]. No tengo nada más. No soy un fan consagrado ni un gran experto en sus afirmaciones, por más que parezca que hay muchos que ahora lo son.
El doctor Hawking falleció. Una pérdida significativa para la ciencia. El cierre de un capítulo. Su reconocimiento no surgió solamente de su genio, sino por su historia de vida, por su lucha contra una enfermedad degenerativa que lo ancló a una silla de ruedas y lo obligó a comunicarse por medio de una computadora, pero que no menguó su espíritu y su pasión por la ciencia. Ni siquiera le impidió escribir varios libros, decenas de artículos y ser una figura mediática que afirmó, entre otras cosas, que Dios era una construcción humana pero no una realidad. Era ateo.
Por eso su muerte generó reacciones dentro de algunos sectores religiosos. En sus publicaciones, se regocijaban en que ahora el doctor Hawking estaba frente al Dios que tanto había negado, y ahora enfrentaría la condenación eterna que ello supone. Como era de esperarse, la gama de expresiones dentro de este espectro va desde los comentarios de señalamiento elegante hasta aquellos que se expresan con una especie de jactancia condenatoria: “¡ja! Ahora sí va a saber lo que es bueno el tipo ese”.
¿Por qué la condenación de un ser humano nos causa alegría?
¿Por qué el Infierno se convierte en un generador de placer?
Soy cristiano. Creo que hay un Cielo y hay un Infierno. Pero también reconozco mis límites, y uno de ellos es el corazón del ser humano. Yo no puedo saber qué piensa ninguna otra persona que no sea yo mismo. Observo lo que la gente muestra, pero de ahí a poder determinar quién tiene o no una relación con Dios, está fuera de mis capacidades. Si observara las declaraciones de Hawkings, obviamente diría que es un ateo…sin embargo, no tengo idea qué ocurrió con su corazón entre la última vez que sostenía esa idea y el momento en el que dio su último suspiro.
No obstante, ¿qué pasa si, efectivamente, no se arrepintió?
Aunque estamos en el plano especulativo, creo que como cristianos eso nos debería dejar en una perspectiva distinta a la alegría. Debería dolernos. Tendríamos que llorar. Que alguien rechace el amor de Dios no es un motivo de felicidad. ¿Quién puede sentirse orgulloso de semejante tragedia?
Tengo la impresión de que este tipo de comentarios son comunes porque hemos predicado un mensaje que sencillamente infla el ego de la religiosidad, pero que no se duele por lo que el pecado ha hecho con la humanidad. ¿Por qué la eventual condena de una persona nos alegra? Por orgullo. Si hubiéramos visto hacia Jerusalén con Jesús, probablemente hubiéramos dicho: “¡se tienen merecida su perdición, pecadores!”.
No hace bien recordar que cuando el Señor vio a una Jerusalén que se dirigía hacia su propia perdición, le dolió[2].
Sufrió, no se alegró.
Que haya personas que no conozcan el amor de Dios debería afligirnos.
Así que un mejor comienzo, quizás, sería es el arrepentimiento.
Perdón, doctor Hawking, porque nuestro ego sigue ganándole la partida a la compasión.
©MiguelPulido
[1] Puedes mirar dicha reflexión aquí: https://pulidomiguel.com/no-necesariamente-doctor-hawking/
[2] Mateo 23:37
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