
03 Ago ¡MALDITO 1 DE AGOSTO!
¡Maldito 1 de agosto! Me enteré de la devastadora noticia mientras un periodista, con voz grave, decía: “según los estudios especializados, hoy, 1 de agosto de 2018, hemos consumido la totalidad de recursos que nos brinda la Tierra para un año”. Significa que lo que nuestro planeta puede darnos no es suficiente para nuestra codicia, nuestra avaricia y nuestro egoísmo, de tal manera que necesitamos 1.7 mundos para subsistir en este año.
Estamos en deuda.
Y parece que no nos importara.
Ni siquiera se han completa 8 meses de este año y ya hemos gastado lo que debíamos haber presupuestado para 12. Si esto ocurriera en cualquier empresa, se declararía en quiebra inmediatamente. Estamos quebrados y, en el proceso, estamos arrastrando con nosotros a nuestro hogar.
Existe una alta posibilidad que leas estas palabras y pienses que es otro apunte más sobre consciencia ecológica que no va a surtir ningún efecto. Quizás haya temas más polémicos o que levanten mayor indignación en las redes sociales, pero parece que lo único que deberíamos saber sobre el cuidado del planeta es el color indicado de la caneca para botar la basura. Sí, eso es bueno e importante, pero no es el problema de fondo.
Dependiendo de la tradición de la que provengamos, vamos a ver nuestra relación con la Tierra de una cierta manera. Pueblos indígenas la adoraban como si fuera una diosa. Otros la entendían como una especie de prisión que los dioses le habían impuesto a la indigna raza humana. Posteriormente, se vio como un objeto de estudio de las discusiones científicas. En algunas mentalidades que no tienen concepción de trascendencia, sencillamente somos dueños de este mundo en el que debemos aprender a subsistir, porque sobrevive el más fuerte, el más audaz y el más astuto, aquel que sepa sacar mejor provecho de los recursos que tiene la mano.
En el modo de pensamiento del cual hago parte, los seres humanos hemos sido puestos en esta Tierra como mayordomos de ella. El Creador es el dueño, nosotros somos simples administradores. Pensar que nos pertenece, por lo tanto, es un acto de idolatría, una afrenta contra Dios que termina por dañar a la creación misma.
La palabra que define esta postura es pecado.
Y el pecado es una maldición.
Nuestra estúpida idea de pretender ser Dios le hace un daño irreversible a nuestro hogar a cada segundo. Vivimos como si tuviéramos un planeta Tierra de reserva en algún otro lugar del Universo, mientras seguimos relamiéndonos como si fuera un gran triunfo el descubrimiento de nuevas formas de explotación cada vez más económicas pero también más tóxicas. El medio ambiente dejó de dolernos cuando empezó a interesarnos más nuestro bolsillo.
La ambición es un cáncer que carcome todo alrededor, incluso nuestra capacidad de contentamiento. ¿En qué momento un planeta extraordinario, único, con una inaudita diversidad e infinita belleza no fue suficiente para nuestras “necesidades”? ¿Cuándo nos pareció normal vivir en medio de una deuda perpetua que ya se está revirtiendo en nuestra contra?
La codicia es un monstruo que nunca se sacia. Te promete que estás a una decisión más de estar completo, solamente para volver a ahogarte en el descontento después de que la has tomado. Nunca será suficiente hasta que escojamos la gratitud y el contentamiento. Si no somos capaces de ser felices con lo que tenemos, no vamos a ser capaces de ser felices con lo que no tenemos.
Hasta que no solucionemos nuestro corazón no salvaremos a nuestro planeta.
Ojalá comencemos pronto, para que el maldito día en el usamos más de lo que debemos deje finalmente de existir.
©MiguelPulido
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