
20 May COMO PERROS RABIOSOS
La imagen de gigantescas chimeneas que inundaban de humo el ambiente tenía en el centro una franja negra con esta frase: “Récord mundial de concentración de CO2 en abril, pese al confinamiento”. En el desarrollo se leía: “China disparó su nivel de contaminación en las últimas semanas. Las mejoras registradas en materia de calidad del aire en algunos lugares del mundo por cuenta de la pandemia, ya comenzaron a esfumarse”[1].
Esfumarse.
¿Existe una palabra más trágica?
Algunos nos ilusionamos con que esta situación le daría un respiro significativo a nuestro planeta. Dejaríamos de contaminar a ritmo desquiciado. Los discursos que más hemos escuchado de los motivadores de turno son aquellos que invitan a “repensarnos”, “reinventarnos” y todos los “re” que podamos imaginarnos. Dábamos por sentado que una crisis de esta magnitud nos iba a transformar.
Entonces llega una noticia como esta, que nos muestra que todo lo que habíamos avanzado simplemente se nos escapó entre los dedos. Estamos convencidos de que necesitamos y vamos a ponernos al día con todo lo que perdimos en estos meses—respecto a nuestras agendas de exigencia personal. El mundo tomó una pausa, pero nuestra codicia interior, nuestros anhelos idolátricos y nuestras visiones inflexibles siguieron en movimiento y resurgieron a mayor velocidad cuando les dieron un poco de libertad. Tal y como si fuéramos perros rabiosos, salimos detrás de la presa cuando se soltó la cadena.
Porque las crisis no son sinónimo de vidas transformadas.
Podemos seguir siendo los mismos si así lo deseamos.
Es un error de grandes proporciones poner nuestra esperanza en que los problemas en sí mismos lleven a las personas a una clase de caminar diferente. Puede que sí, puede que no. La profundidad del corazón humano requiere mucho más que vicisitudes externas para que haya elecciones distintas. Decenas de nosotros escogimos una posición de no dejarnos transformar por nada. Hemos tomado la decisión previa que caracteriza a un corazón endurecido.
Si simplemente estamos esperando a que pase todo esto para volver al ritmo que conocíamos, no hemos entendido nada. ¿Quién sabe? Quizás una de las realidades de nuestro corazón es que hemos idolatrado un estilo de vida. Por eso decimos cosas como “esto no es vida”. Eso no es verdad. La vida sigue siendo vida, aunque no se acomode a los parámetros de lo que nosotros considerábamos que era una que valía la pena. Así, nos hemos cerrado a la posibilidad que la vida puede ser diferente. Sí, otra, distinta, disímil, incluso contraria a la que teníamos encarrilada.
La vida va a seguir. La pregunta que nos tenemos que hacer es si estamos en paz con el hecho de que no sea como la imaginábamos. Porque hasta que eso no ocurra, no habrá apertura ni ningún cambio duradero, sino que simplemente esperaremos agazapados a que nos den la oportunidad para tratar de arrancarle al tiempo aquello que sentimos que nos robó. Pensaremos que el gozo depende de las circunstancias, olvidando que es una postura del corazón que consiste en encontrar una alegría que no depende de las situaciones externas.
De hecho, este es un momento que pone a prueba esa frase que decimos con tanta facilidad: “Jesús es mi todo”. Si es así, entonces no importará si la vida vuelve o no a ser lo que conocíamos, porque ya tendremos la vida que realmente importa. Si, por el contrario, nuestra paz depende de que todo vuelva a ser lo que algún día fue, nos seguiremos metiendo en una carrera ciega en la que nos llevaremos lo que sea por delante.
©MiguelPulido
[1] Revista Semana. (2020). Medio Ambiente [en línea]. Recuperado de: https://www.instagram.com/p/CAXsux-A4kM/
No Comments