LA SOCIEDAD DE LAS PERSONAS ROTAS - pulidomiguel
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LA SOCIEDAD DE LAS PERSONAS ROTAS

Todos estamos rotos. No tienes que pasar mucho tiempo en este mundo para que la maldad arañe tu corazón y, en el peor de los casos, secuestre tu alma. Nos han herido, hemos sido dañados, hemos lastimado. Nadie tiene un historial en blanco.

Algunos suponen que todo esto acaba cuando una persona se convierte en seguidora de Jesús. ¿No que somos “nuevas criaturas”? Se entra entonces en el peligroso círculo de la negación, por un lado, o del ocultar, por otro lado. Las preguntas existenciales hacen su aparición al mismo tiempo que nuestras heridas no tratadas empiezan a supurar.

¿Hay algo mal en mí?

¿Soy un verdadero seguidor de Jesús?

¿Por qué todos los demás parecen no tener la clase de problemas, dificultades o tentaciones que yo enfrento?

¿Es posible hablar al respecto? ¿Qué me dirán? ¿Cómo reaccionarán?

De labios para afuera todos somos conscientes que debemos aceptar, recibir, no juzgar, acompañarnos unos a otros en medio de nuestra oscuridad. Sin embargo, no sé si somos conscientes de las implicaciones de esta realidad. Las rupturas a las que nos enfrentamos son demasiado hondas, impredecibles, nocivas. Es profundamente doloroso ver cara a cara los pecados propios y de otros, ser brutalmente honestos, quebrar las máscaras que resguardan nuestro ego, hacer una invitación de exploración a la cloaca en la que se han convertido ciertas áreas de nuestra vida.

La vulnerabilidad es un riesgo demasiado alto.

Quizás por eso preferimos la seguridad del status quo.

Existen muchos que no saben manejar las rupturas del otro. Tan pronto como se las presentan, te señalan y te hacen sentir miserable; o te dan consejos irracionales porque tampoco saben qué harían en tu lugar pero les cuesta decir “no sé”; o terminan exponiéndote con otros porque son incapaces de comprometerse maduramente con la confidencialidad; o te usan como ilustración para su próximo sermón. Las variables innumerables.

La vulnerabilidad también requiere sabiduría. Sí, tenemos que aprender a ser honestos, pero no todo el mundo necesita saber todo sobre nosotros. Sólo porque hagas público tu historial no significa que lo estés gestionando adecuadamente. No todo el mundo tiene la capacidad de lidiar con la intimidad.

Sin embargo, si has tenido experiencias donde han traicionado tu confianza, cerrarte y volverte cínico tampoco es una solución sostenible al largo plazo. No podemos manejar todas nuestras rupturas solos. Nos necesitamos unos a otros. Fuimos diseñados de esa manera.

Hace poco pregunté en mis redes sobre cómo se sentirían si los llamáramos “amigos de pecadores”, como lo hicieron con Jesús. Varias personas dijeron que sería un elogio. Ahora, esa respuesta sigue dando la impresión de que los pecadores son aquellos que están fuera de los dinteles de la iglesia o que no son cristianos. Nos consideramos rebeldes del sistema porque sí los abrazaríamos, no como los fariseos modernos que los rechazan.

Pero esa también es una perspectiva farisea.

Porque suponemos que “pecadores” son otros.

Todo cambiaría si empezáramos por recordar que yo también soy pecador. ¿Acaso uno se gradúa de ser humano en algún momento? Jesús no es mi amigo porque yo sea muy bueno. Cuando lo llaman “amigo de pecadores” se están refiriendo a mí. No soy superior a nadie.

Acompaño a otros porque Dios tiene un extraño sentido del humor que funciona en medio de la paradoja: vamos sanando a medida que estamos con otros enfermos. No tengo que tener mi vida solucionada para ayudar a otros a desenrollar un poco la propia. Soy un pecador en proceso de rehabilitación.

Hago parte de la sociedad de las personas rotas.

Y eso me hace bien.

 

©MiguelPulido

 

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