CONSUMIDORES DE PALETAS DE JABÓN - pulidomiguel
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CONSUMIDORES DE PALETAS DE JABÓN

La historia se hizo tristemente célebre rápidamente: un influencer se le ocurrió la genial idea de comprar barras de jabón, bañarlas en chocolate, colocarles un palo de paleta y repartirlas por la calle a personas necesitadas. ¿Qué es eso? Una infamia ¿Para él? Una broma. ¿Por qué lo hizo? Por likes, por cumplir retos, por hacer reír, por obtener atención… cualquier explicación es insuficiente frente a la simple verdad: la estupidez no tiene límites.

Y ahora parece que se ha amplificado.

Todos somos un pequeño satélite de información para el mundo.

Las redes sociales tienen la capacidad de difundir todo tipo de información hacia las fronteras de lo desconocido a la velocidad de la luz. Para obtener algo de fama y de reconocimiento sólo basta con tener la cámara de un celular y hacer algo llamativo. Ser viral es una obsesión. La aprobación es la nueva droga. Los likes son la actual moneda de cambio.

Entonces descubrimos que el problema es mucho más profundo. Porque sí, el tipo al que se le ocurrió hacer esas paletas de jabón por obtener visibilidad en las redes o tener más likes está enfermo. Pero también lo están aquellos que le dieron like a esa publicación.

La insensatez encuentra la manera de retroalimentarse.

Ocurre en todos los ámbitos.

Hay idiotas que se ríen de las desgracias que algunos les perpetúan a otros; hay degenerados que alimentan su lascivia de los bailes sensuales de niñas que piensan que la aprobación anónima va a solucionar sus problemas de autoestima; polarizadores de pensamiento encuentran tanto verdugos como adeptos que están dispuestos a demostrar lo valientes que son detrás de la pantalla de un celular para ofender a gente que ni conocen. Si hay oferta es porque hay demanda.

Es como si todos, en mayor o menor medida, viviéramos atrapados dentro de la cruel metáfora en la que se convirtió esa escena, también somos consumidores de paletas de jabón. ¿En qué sentido lo digo? Nos hemos vuelto esclavos de un sistema narcisista que, con tal de alimentar nuestro ego, es capaz no sólo de hacer estupideces, sino de lastimar a otros o exponerse a sí mismo con tal de succionar un poco de la aparente felicidad que genera la aprobación en el mundo digital.

Los jóvenes sueñan con ser influencers porque es sinónimo de fama.

Cuando la fama es la meta, el reconocimiento es la obsesión.

Somos mendigos de la atención del mundo, que usamos todos los medios a nuestro alcance para gritarle a la gente “¡aquí estoy, mírame!”. Poco importa saber para qué lo estamos haciendo o qué es lo que estamos transmitiendo, sino simplemente la popularidad en sí misma, a costa de lo que sea. Y cuando damos una mordida, descubrimos que su sabor es amargo: siempre faltará más y más y más.

Nunca es suficiente en el idioma de la popularidad. Siempre tendrás que inventarte algo más llamativo, más contundente, más conmovedor, más sensual. Las exigencias son enfermizas e irrealistas. Tienes que sacarla del estadio cada vez que publiques, ser mejor que la vez anterior, tener más likes y seguidores con el pasar de las semanas, tratando de alimentar esa sanguijuela insaciable de pretender que la aprobación de los otros va a lograr llenar los vacíos de nuestra alma necesitada. Y el peligro es que, al recorrer ese camino, la ceguera secuestre nuestra integridad y nos dirija por rutas decadentes, sombrías y perversas.

No tienes que sacrificar tu esencia en el altar del reconocimiento.

Nunca será suficiente si sigues buscando lo que ya tienes.

Con amor eterno has sido amado.

No tienes nada que demostrar.

©MiguelPulido

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