¿DIOS NOS OLVIDÓ? - pulidomiguel
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¿DIOS NOS OLVIDÓ?

Estoy casi seguro que has atravesado por esos momentos, así que es muy probable que puedas rememorar la sensación. Es como si una estampida de animales salvajes te hubiera atacado sin previo aviso. Te sientes como si fueras el saco de boxeo de algún entrenamiento y no te dieran tiempo de respirar.

A veces, la vida es así.

Aturde.

Abruma.

No da tregua.

Se enlazan una serie de eventos que en algún momento te hacen clamar como el salmista: “¿Por qué escondes tu rostro y te olvidas de nuestro sufrimiento?” (Salmo 24:24). Olvidados: ¡esa es la sensación! La vida le sonríe a otros, quizás lo hizo en el pasado para nosotros, pero llegan esos momentos donde sentimos que pasamos a un segundo plano en la lista de prioridades del Cielo.

¿Dónde está Dios cuando hay diagnósticos de enfermedades, cuando los tratamientos no surten efecto, cuando pasamos en hospitales más días de los que quisiéramos?

¿Por qué parece tan apático cuando la vida que pensábamos se empieza a desmoronar frente a nuestros ojos y nada parece poder detenerlo?

¿Sí le interesan nuestras lágrimas?

¿Le importan nuestros lamentos?

¿O acaso llegamos a un punto de la vida donde caemos en la “amnesia” del Eterno?

Siempre me ha llamado la atención que muchas personas se sienten muy sofisticadas porque tienen la supuesta osadía de cuestionar a Dios. Levantan su pecho con orgullo porque se sienten fuertes al hacer la pregunta que supuestamente nadie más ha hecho en la historia humana: “si Dios es tan bueno (o su variante: ‘si Dios existe…’), ¿por qué hay tanto sufrimiento?”.

Lo curioso, sin embargo, es que este tipo de cuestionamientos tienen miles de años y no los expresaron agnósticos, cínicos o ateos, ¡sino creyentes! ¡Están en la Biblia! Quisiera invitar a cualquier persona que dude de la existencia o de la bondad de Dios para que lea mejor su Biblia y descubra si existe algún cuestionamiento que nosotros hagamos hoy que no se haya hecho ya.

Dudas. Clamores. Interrogantes.

Todo está en la Biblia.

Porque la vida es así, está cargada de realidades que nos sobrepasan, experiencias que nos abruman, dolores que nos aturden. ¿Quién dijo que no podíamos expresarlo? ¿Quién dijo que somos los primeros en pensar algo así?

Una de las cosas que me encanta de este hecho es que de ninguna manera es la negación de la humanidad, sino la aceptación de la totalidad de ella. La Biblia no edita nuestras expresiones de dolor. A Dios no le queda grande lidiar con los cuestionamientos de nuestro corazón.

De hecho, parece que es parte de nuestro proceso de sanidad. No sólo podemos, sino que necesitamos darle lenguaje a nuestro sufrimiento. Sin maquillajes ni hipocresías. Sin decoraciones santurronas ni terminología elocuente. Cuando el alma queda devastada, no tiene energía para invertir en pretensiones.

No, quizás eso no sea la fórmula mágica que tantos mercaderes de la fe prometen para que se vaya tu dolor. Nadie puede asegurar algo así. El sufrimiento no suele estar relacionado necesariamente con tu nivel de devoción. A los santos también les va mal. En este mundo nadie tiene la promesa de una vida sin sufrimiento.

Por eso mismo es que encuentro una esperanza inmarchitable en esa honestidad tan brutal de aquel que es capaz de expresarle sus dolores a Dios.

Porque él no nos rechaza, nos escucha.

Podemos golpear su pecho con rabia y él no lo va a hacer a un lado.

Él está dispuesto a recibir las lágrimas y los silencios, las preguntas y las quejas, los cantos y las cartas de quienes caminan por los pasillos del dolor.

 

©MiguelPulido

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