03 Dic Está Bien Que Seas Frío O Caliente
Muchos piensan que Apocalipsis es un compendio de descripciones veladas sobre eventos futuros. Sin embargo, cuando estudiamos el libro, nos damos cuenta que Juan escribía para iglesias reales, constituidas por personas reales en lugares reales que atravesaban por problemáticas reales. Juan, como un pastor, quería animarlos, consolarlos, exhortarlos y darles esperanza. ¿Cómo es que una profecía que se cumpliría miles de años después podría ser un motivo de júbilo para estas personas reales del primer siglo?
Evidentemente, el Apocalipsis tiene varios apuntes sobre el futuro. Pero también es un libro presente (para sus primeros lectores y para nosotros). Es un libro que tuvo relevancia en ese ahora y en este ahora.
Uno de los textos que más he escuchado en enseñanzas para jóvenes proviene, precisamente, del libro de Apocalipsis. El pasaje dice:
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío o caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”
(Apocalipsis 3:15-16)
¡Grotesco! Por decir lo menos…
Si hay algo que hace vomitar a Jesús es la tibieza de las personas.
¿Qué significa eso?
¿Se trata de una especie de ‘temperatura espiritual’?
¿Cómo se sabe que alguien es tibio y no frío o caliente?
Yo puedo pensar que estoy frío, pero para otros puedo estar caliente; así que, ¿cuál es la medida?
¿La espiritualidad se puede medir?
Para ser honesto, nunca he recibido respuesta a estas preguntas. Me da la impresión que todas las personas que mencionan este texto dan por sentado que uno entiende perfectamente la metáfora y sus implicaciones, pero no siempre contestan satisfactoriamente a estas cuestiones. Seguro que has escuchado decir a alguien decir algo como “no seamos tibios”. Pero ¿qué significa eso?
Ahora, el asunto se complica más cuando lees bien el pasaje y te das cuenta que el problema está en la tibieza, no en la temperatura fría. ¡Jesús prefiere una persona fría a una tibia! ¿Cómo es eso? Nunca en ningún campamento de jóvenes, hasta el momento, he escuchado la invitación a ser fríos. ¿Tú sí?
Quizás entender un poco de lo que ocurría en esa época nos puede ayudar.
Este mensaje está dirigido a la iglesia de Laodicea. Laodicea era un lugar de suma importancia y un referente de progreso en el Imperio Romano. ¿Alguna vez te has preguntado cómo bebían agua potable en el primer siglo? Pues bien, en Laodicea se empezaron a implementar acueductos, que, básicamente, eran lugares donde se trataba de purificar el agua para ser distribuida en algunos puntos específicos de la ciudad… una especie de prototipo de los acueductos actuales.
Por la ubicación geográfica y la situación topográfica de Laodicea, el agua que purificaban en los acueductos tenía altas concentraciones de calcio y otros minerales. Este agua provenía de pozos profundos que la mantenía a una temperatura tibia, como una especie de aguas termales. Obviamente, este agua tibia y con una alta concentración de minerales no era apta para el consumo humano, era tóxica; además tenía un sabor (y un olor) particularmente grotesco, asqueroso, nauseabundo.
El agua tibia producía vómito.
Porque no estaba procesada, no servía para ser consumida.
¿Cómo se podía solucionar este asunto?
Los operarios del acueducto se dieron cuenta que calentar el agua generaba la purificación de la misma. El mismo sistema sigue funcionando hoy: si vas a un lugar donde el agua no es potable, la tienes que hervir para que la puedas consumir. El procesamiento por medio del calor elimina las impurezas que pudiera tener el agua. Y, si querías tomar agua fría después de este proceso (recuerda que en esa época no había neveras), la dejabas reposar por un tiempo, guardándola en un lugar donde no tuviera contacto con elementos potencialmente contaminantes.
Si querías tomar buena agua en Laodicea, buscabas una que fuera fría o caliente, no una tibia. Que el agua estuviera fría o caliente significaba que era agua que había pasado por el acueducto, que había atravesado por un proceso de purificación. Si tenías un invitado a tu casa en Laodicea, que conociera la naturaleza de su agua y el funcionamiento de los acueductos, y le ofrecieras un vaso de agua, seguramente él te diría algo como: “¡Ojalá fuera fría o caliente! Si fuera tibia, la vomitaría de mi boca”.
¿Ahora tiene más sentido el mensaje de Apocalipsis?
Jesús no estaba hablando de ‘temperatura espiritual’, si es que tal cosa existe. La verdad es que la relación con Dios no se puede medir de esa manera. Una persona puede haber leído toda la Biblia y no tener ningún tipo de cercanía con El Cielo. Además, siendo brutalmente honestos, no siempre vamos mejorando y creciendo. Nuestra relación con Dios tiene subidas y bajadas, buenas y malas, montes y valles. Ser tibio no tiene que ver tanto con tu disciplina religiosa; tiene que ver con la pureza, con el procesamiento, con no ser la misma persona hoy que la que eras originalmente.
El agua tibia es la que no pasó por el acueducto.
Y Dios repudia eso. Es imposible trabajar con aquellos que creen que todo está bien, que no necesitan ningún cambio, que se sienten cómodos tal y como están. La tibieza es esa comodidad malsana con las personas que somos hoy, creyendo que ya hemos logrado todo lo que teníamos que lograr. Tibio es el que no reconoce su constante necesidad de Dios. El orgullo es estático.
En cambio, Jesús anhela corazones pasan por un proceso, que no están dispuestos a estar hoy donde se encontraban ayer, que caminan, que crecen, que han pasado por el fuego y son potables, bien sean fríos o calientes. Cuando reconocemos nuestra constante necesidad de Dios y de su transformación, sí o sí vamos a cambiar…Jesús nos va a cambiar. La humildad es dinámica.
Así que, tranquilo, está bien que seas frío o caliente.
©MiguelPulido
José Manuel Castro García
Posted at 14:52h, 28 junioAmén, Que Dios lo siga dotando de entendimiento para ilustrarnos. Me hizo entender, con este post, que necesitamos del Señor para ir en constante crecimiento en sentido espiritual. De antemano muchas gracias, gracias a Dios por ponerlo en nuestro camino. Amén