
19 Jul FINALES DE MUNDIALES Y SERVICIOS DOMINICALES
Tomamos la decisión de forma natural, sin ponerle ningún tinte dramático o tener una reflexión filosófica al respecto. Al ver el calendario del mundial, nos dimos cuenta que la final caería un domingo a las 10 a.m., el punto intermedio entre nuestros dos servicios dominicales. Pensando que ocurre cada cuatro años y queriendo servir a las personas de la mejor manera, elegimos reunirnos el sábado en la noche. Toda la iglesia. Un servicio. Por esa única vez.
Honestamente, no le vi ningún problema. Incluso, me ofrecí a predicar y, como siempre, disfruté compartir de la Palabra de Dios con mis hermanos. ¿Qué podía tener de malo, si uno podía, cambiar el horario dominical por un evento que ocurre cada 4 años? Ya había pasado lo mismo el año pasado, cuando el 25 de diciembre cayó un domingo y elegimos el sábado como el día más adecuado para reunirnos.
Porque lo sagrado es congregarnos, no el día que lo hacemos.
Durante la semana previa a la final del mundial, leí el trino de un pastor que respeto profundamente y de quien he aprendido en diferentes maneras. Decía que la fidelidad de muchos sería medida ese domingo, porque el día del Señor coincidía con los horarios de la final del mundial. Esa afirmación me dejó perplejo, ya que refleja una percepción generalizada que resulta bastante peligrosa en la comprensión que tenemos de nuestra relación con Dios. Hay preguntas que debemos hacernos.
¿Hay un día del Señor? ¿No son todos los días suyos?
¿Qué hacemos con Romanos 14:5 donde se sostiene que la importancia de los días es un asunto de opinión personal?
¿Qué pasa con aquellos que decidimos congregarnos en otro momento de la semana previendo esta situación que es culturalmente importante? ¿Somos idólatras empedernidos, cristianos superficiales o discípulos que tratan de entender su contexto? ¿Cuál es el límite?
¿Y qué hubiera pasado si el país que nos representa estuviera la final del mundo? ¿Haríamos la misma afirmación tangencial? ¿Veríamos el partido juntos como iglesia?
¿Qué de todos aquellos que asisten sagradamente los domingos a un servicio pero se duermen en la mayoría de ellos? ¿Es menos malo que si se quedaran descansando en casa? ¿O qué podemos decir de quienes van a las reuniones pero voluntariamente salen antes que todo acabe para no interactuar con nadie? ¿Importa más una asistencia sistemática que una relación significativa?
Hay un dicho popular en el medio cristiano: “la iglesia no es un museo de santos, sino un hospital de enfermos”. ¿Lo consideramos cierto o es un simple recurso retórico vacío? No conozco al primer enfermo que se sienta orgulloso de ir al hospital o que si quiera tenga tiempo para compararse con los procesos de otros. El peligro del orgullo es que nos hace ciegos a nuestras propias necesidades. Al enfocarme en la supuesta infidelidad o el pecado de los demás se crea en mí un engañoso sentido de piedad personal que me hace sentir superior a los otros.
El ego es muy hábil encontrando maneras de alimentarse.
Incluso es capaz de usar la fe.
Así, lo que debería ser un evento de gratitud, adoración y humildad, fácilmente termina convirtiéndose en un acto de jactancia, apatía y pedantería. Juzgar la fidelidad de otros por lo que vemos es fácil, porque nos da la falsa sensación de control. No estamos llamados a controlar la vida de otros, sino a ser compañeros de camino en el duro peregrinaje de la vida.
Congregarse no es un medio para alimentar el yo, sino un mecanismo para hacerlo morir paulatinamente.
Porque un enfermo en tratamiento es compasivo, no orgulloso.
©MiguelPulido
Ronald Palma Arzuaga
Posted at 10:01h, 19 julioMuy acertada tu publicación pues estoy de acuerdo en cada punto.
Andrés Steppat
Posted at 10:45h, 19 julioComparto tu punto de vista! Gracias por compartirlo.