
30 Jul IGLESIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL
En el año 2016, por la gracia de Dios, fui invitado a un evento que reunía pastores jóvenes de todo el planeta con el propósito de pensar, compartir perspectivas, soñar juntos y establecer relaciones significativas de cara al futuro. Nos fue asignado un grupo pequeño según el número en nuestra escarapela. Cuando llegué a la primera reunión, ya estaba allí un hombre de China. Nos vimos, nos saludamos y empezamos a charlar.
Noté que su escarapela tenía un sello particular: una cámara tachada, como una prohibición. No podía tomarme fotografías con él y subirlas a las redes sociales. Si el gobierno de su país se enteraba que estaba en un evento cristiano, lo encarcelaría.
Aterrador.
“Bueno, en realidad no es tan grave. Hace unos años era una sentencia de muerte, hoy las políticas son menos rígidas y podemos reunirnos en algunos lugares públicos; las detenciones son de unos pocos días y ahora ya no incluyen torturas”, aseguró con una sonrisa que me desconcertó.
Nunca había hablado con un cristiano perseguido. Su fe lo podía llevar a la cárcel ¡y a él no le parecía tan grave! En otros momentos e incluso en ciertos lugares todavía era prohibido tener una Biblia o reunirse para hablar de ella. La virtualidad no era una opción (todo estaba monitoreado), así que muchas comunidades tenían una sola Biblia para todos, por lo cual decidían deshojarla y repartirse porciones para que cada uno la tuviera mientras podían reencontrarse. Como era un compromiso solemne, sabían que si alguien no acudía a las irregulares reuniones citadas no era porque tuviera algo mejor que hacer o porque tuviera mucho trabajo o porque no le dieron ganas de ir, sino porque su vida estaba en riesgo inminente o, en el peor de los casos, había sido detenido o asesinado.
Ahora pensemos en la iglesia de hoy.
Estos días un reconocido pastor reformado de los Estados Unidos básicamente se declaró en desobediencia civil y decidió reunir a toda su comunidad en medio de una pandemia. Curioso, porque hace unas semanas un reconocido pastor carismático había hecho lo mismo. Para muchos, el segundo hizo algo insolente, mientras que el primero algo heroico, a pesar de que ambos proponían lo mismo; lo que los diferencia parece ser su posición teológica, no su criterio pastoral.
Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos. Hay una diferencia muy grande entre la persecución por causa de la fe a cuidarnos por causa de una pandemia. Equiparar ambas cosas es un error. Para nosotros no es prohibido reunirnos por medio virtuales, tampoco arriesgamos la vida por leer nuestra Biblia. Dar un discurso que victimiza a la iglesia por no poder ir a un edificio no tiene una noción clara del verdadero significado de lo que somos ni de lo que hacemos.
La iglesia verdaderamente perseguida así lo demuestra.
La clase de devoción y la profundidad de relaciones que se forjaron en la clandestinidad trascendían el poder reunirse en un edificio. Sabían que una iglesia no tenía que ser numerosa para ser poderosa. Incluso cuando la regularidad de sus encuentros dependía de su seguridad, la solemnidad de su compromiso nunca menguó ni dependió de un espacio físico determinado.
Hay una diferencia muy sutil pero poderosa entre centrarse en un edificio y enfocarse en las personas. La iglesia no acontece en un espacio determinado con un quorum establecido. Sí, se reúne, pero no son las reuniones, somos nosotros.
La iglesia sucede aún debajo de la tierra.
Silenciosamente.
Con Biblias rasgadas si es necesario.
Donde dos o tres se unen (por el medio que sea) como amigos en el nombre de Jesús.
©MiguelPulido
Luisa Fernanda Carrillo
Posted at 16:30h, 30 julioGracias Migue, algo inquietante es cómo se basan en versículos bíblicos para argumentar y defender su desobediencia. Una pésima interpretación del mensaje de la Biblia y como dices tú: «de lo que somos ni de lo que hacemos»
José María González Llaña
Posted at 17:29h, 30 julioIndependientemente de la «desobediencia civil» de los pastores que mencionas, me parece mucho más importante es que haya quienes estén dispuestos a dar su vida para proteger y defender su fe, dando testimonio de lo que Cristo significa para ellos. La pregunta entonces es ¿qué tan cristiano soy yo? Ante una situación como la del pastor chino ¿estaría yo dispuesto a arriesgar mi vida para mantener mi fe? ¿Realmente he leído bien lo que pasó con Esteban y cómo se le abrió el Cielo cuando estaba siendo lapidado? ¿Estoy dispuesto a sufrir el mismo martirio? No lo sé. Tal vez en una reunión de la Iglesia diría que sí, pero en verdad es más fácil decirlo que hacerlo. Todos los días oro a Dios para que me dé la fortaleza de seguirlo sin importar qué y que si hay un momento en que por mi fe soy rechazado tenga la entereza de darle gracias a Dios por eso porque la Palabra dice «dichosos aquellos que son discriminados o rechazados por creen en Mí», dice el Señor. De hecho, a mí me echaron de una universidad ultra católica por confesar mi fe como cristiano evangélico. Y cada día le doy a Dios las gracias por eso.
Jose Miguel Gómez Martínez
Posted at 19:08h, 30 julioHay un ingrediente que se le suma a esto, la «templolatria», si es que se puede decir así.
Es un reflejo de la cosmovisión cristiana actual: concebir la iglesia como un espacio físico, tan sagrado e indispensable para la fe, que se comienza a conjugar de una manera non sancta. En lugar de decir ‘yo soy (parte de) la iglesia’, decimos ‘yo voy a la iglesia’. Como si ella fuera únicamente un lugar físico. El lugar seguro, la zona de confort.
Este desespero por volver a los templos demuestra la gran dificultad que tenemos para sacar a la iglesia de las cuatro paredes.
Liliana
Posted at 20:25h, 30 julioQue buena reflexión!!!