Lo Confieso: ¡Soy Ex Homofóbico! - pulidomiguel
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Lo Confieso: ¡Soy Ex Homofóbico!


¡Mi cabello crece demasiado rápido! Es muy grueso y tiene la peculiaridad de crecer en un punto intermedio entre afro y ondulado. Además, soy un tipo simple para estos asuntos. Honestamente, me peluqueo donde sea bueno, bonito y barato. No tengo muchas pretensiones al respecto.

Sólo tuve una regla: que el peluquero no fuera gay.

Hasta ese día…

Creo que era mi segundo o tercer año de Universidad. Era un día en los que la billetera no estaba tan abultada. ¡Pero el cabello sí! Tenía que peluquearme. No era una opción; era una necesidad. En mi billetera había $5.000, de los cuáles tenía que utilizar $2.000 para el transporte. En conclusión, solamente contaba con $3.000 para arreglos estéticos.

¡Sólo $3.000 pesos!

Entonces decidí caminar para ver si encontraba algún letrero que ofreciera algo por ese precio. Caminé, caminé y caminé. Hasta que me topé con un llamativo letrero rosado que rezaba así: “¡Gran Promoción: Corte Caballero a $3.000!”. Por eso entré por la puerta de aquella peluquería con cierto aire de felicidad, no sin antes sorprenderme de que todos los que trabajaban allí eran hombres y precisamente me asignaran como peluquero a uno que, evidentemente, era gay.

Tuve que enfrentarme a un dilema: ¿Seguía con mi única regla y me quedaba con una insoportable cantidad de cabello hasta que volviera a tener dinero; o solicitaba el servicio de peluquería, exponiéndome a romper mi única regla?

Pero el asunto iba más allá.

Estaba disponiéndome para que un homosexual tocara mi cabeza.

¡Un homosexual!


El homosexualismo es de los males más aberrantes que han cubierto la historia de nuestra raza. Los homosexuales son personas que deciden alterar el uso natural de sus cuerpos para responder a sus impulsos. Si bien es cierto que es un tema que está de moda, no por eso podemos decir que es correcto. De la misma manera que no podemos decir que algo es cierto sólo porque la mayoría vota por eso.

“El homosexualismo—como dijo el Doctor Jaime Ortiz—es la repugnante realidad de un hombre introduciendo el depósito de la vida en el depósito de la mier**”[1]

¡Es cierto!

Nuestro propio cuerpo nos demuestra que no estamos diseñados para el homosexualismo. Somos heterosexuales por naturaleza.

¿Cómo puede ser ‘normal’ algo que daña a quienes lo practican? (Y no me estoy refiriendo exclusivamente a las enfermedades venéreas)


¿Dejar tocar mi cabeza por ese tipo de personas?


¡Jamás!… bueno…eso era lo que pensaba.


La necesidad de un momento descubrió mi homofobia. No quería tener ningún tipo de contacto con un homosexual declarado. De ninguna manera quería tener a tal persona cerca de mí. Después de todo, ellos estaban viviendo de una forma absolutamente contraria a la que Dios desea.

Pero ahí estaba lo confusión.

Porque estaba rechazando a las personas al rechazar estilo de vida.

Y no necesariamente una cosa lleva a la otra.

Es muy fácil—sobretodo cuando hablamos de homosexualismo—caer en el error de rechazar a la persona que lleva ese tipo de vida. Somos absolutamente radicales, tajantes y condenatorios con este asunto. Pero con una perspectiva tan limitada nos auto-impedimos el acercamiento a aquellos que viven de esta manera. Y, por esa razón, nos juzgan de moralistas o de hipócritas. Aunque, vale aclarar, muchos de esos juicios también son falsos.

Primeramente, debemos aceptar que gran parte de nuestro juicio está más permeado por el machismo de nuestra cultura que por la verdad bíblica. Claro está que tenemos algunos versículos para revalidar nuestra posición, pero por lo general olvidamos el contexto general en el que se dan. Tendemos omitir el hecho que Dios ama a todo el género humano.

Y esa realidad envuelve también a los homosexuales.

Dios ama a los homosexuales tanto como a los homofóbicos.

Dios ama a esas personas que deciden ir en contra de su naturaleza y de la voluntad divina (lo cuál es pecado), de la misma manera que ama a aquellos que odian a esos semejantes que viven de tal forma (lo cuál también es pecado).


En segundo lugar, considero que debemos revaluar la radicalidad de nuestras medidas frente al homosexualismo. No porque ser radical sea malo; ¡deberíamos ser radicales! Pero, entonces, seamos radicales con todo. Y no olvidemos que el mayor ejemplo de radicalidad fue el mismo Jesús, quien no divorció la santidad de Dios de Su inagotable amor. No podemos separar una cosa de la otra. No debemos olvidar que, como dice Lucas Leys, aceptar al pecador no significa aprobar su comportamiento.

Seamos tajantes con el homosexualismo. Y también seámoslo con la homofobia.


Por último, creo que sería correcto generar un diálogo sano entre la Iglesia y las personas homosexuales. De la misma forma en la que hemos realizado programas de rehabilitación para los alcohólicos o los drogadictos, debemos construir un puente de relación con las personas que sienten atracción hacia el mismo género. Al relacionarnos con ellos vamos a aprender cómo tratar el fondo de este asunto de una manera más acertada. Y, por otro lado, nos va a ayudar a proponer y no sólo a reaccionar. Es decir, no sólo vamos a protestar después de que se apruebe la ley a favor de los matrimonios homosexuales, sino que podremos trabajar en programas que traten seriamente este asunto desde la raíz.


Les cuento que ese día rompí mi única regla: me peluqueó un homosexual.

Me contó sobre su relación. Además, me dijo que no quería saber nada sobre los cristianos, porque lo único que hacían era juzgar. (Se imaginarán su cara cuando le conté que yo era cristiano). Pero también me dijo que sentía algo vacío…

Me di cuenta que él era un ser humano con necesidades.

Como tú. Como yo.


Después de ese día, me arrepentí por mi homofobia.


Lo confieso: ¡Soy ex homofóbico!


[1] Él utilizó el término completo. Sin embargo, no creo que deba ser más explícito.

Esta idea—cierta, por lo demás—la escuché en mi segundo año de estudios en la inolvidable clase de Teología.

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