MENDIGOS DEL PLACER - pulidomiguel
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MENDIGOS DEL PLACER

Gozo.

No es una palabra que utilizamos comúnmente. Suena arcaica. Tendemos a equipararla a una sonrisa constante, con alguien que todo el tiempo se está riendo de algo. Lo vemos como una quimera o utopía que sólo pueden alcanzar los que tienen vidas perfectas.

Pero el concepto que propone la Biblia va en una dirección distinta. Mientras encabezaba el proyecto de reconstruir la vida que les había sido usurpada por causa del exilio, Nehemías sostiene que “el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Nehemías 8:10). Es decir, el gozo le pertenece a Dios y se lo regala a su pueblo para que pueda atravesar los momentos de lágrimas, dolor, inquietud, perplejidad y vacío, idea que se ve reforzada por Pablo cuando dice que el gozo es parte del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23). Cuando la vida nos tumba al suelo, necesitamos una base firme sobre la cual sostenernos y el gozo se presenta como una opción.

El gozo no niega el sufrimiento.

Lo atraviesa.

Una persona gozosa no es aquella que no ha sido herida, sino la que puede asomar su cabeza al otro lado, manteniendo fuera de su corazón la amargura, la revancha, el odio o el rencor. No permite que las circunstancias determinen su posición frente a la vida, porque sabe que andará como una veleta a merced de las impredecibles eventualidades del momento. El gozo es una posición de asombro frente a este regalo que es la vida, con sus altos y bajos, sus sonrisas y lágrimas, sus preguntas y certezas, sabiendo que incluso de los momentos más oscuros se puede extraer una belleza inesperada.

Entonces pensamos en el placer. ¿Por qué hay tantas personas adictas a él? No es que tengan una vida de gozo, sino que buscan instantes de placer por diferentes medios: relaciones pasajeras, sexo casual, aprobación en las redes, sustancias que anestesian los sentidos o rituales que desconectan de la realidad. La tragedia de una persona adicta es que piensa que hilar la mayor cantidad de momentos placenteros es sinónimo de una vida gozosa.

Pero no es cierto.

Por eso siempre requiere una dosis más.

Ha probado el placer momentáneo, no el gozo sostenido. Está confundido. Cree que una vida significativa se construye de afuera hacia dentro, no al contrario. Es decir, considera que los factores externos adecuados le llevarán a disfrutar de su camino, pero tarde o temprano descubrirá la decepción que eso significa. Muchos de ellos hablan de sentirse vacíos, abrumados, como si nada tuviera sentido.

La terrible paradoja es que usan palabras como “libertad”, pero son esclavos de las circunstancias. Dicen que lo pueden manejar o controlar; han prometido que “esta es la última vez”, pero ha habido muchas últimas veces.

¿Y si la adicción al placer demuestra una ausencia de gozo?

¿Se es adicto al placer porque no se ha degustado el gozo?

Nada de esto pretende ser una condena o un señalamiento, sino una exploración personal que puede que te ayude a mirar las circunstancias desde un punto de vista diferente. Yo también soy un adicto en la rehabilitación. Me he contentado con migajas, cuando lo que se me estaba ofreciendo era un banquete. Sigo tratando de tomar la decisión cotidiana de disfrutar este inesperado, impredecible y misterioso regalo que es la vida que Dios me sigue otorgando. Porque me rehuso a pasar por este mundo y no haberle sacado hasta la última gota de alegría posible. Verdadera. Perdurable. Sostenible. De la que fortalece.

La meta no es tener todas las cosas de valor.

Pero sí encontrar el valor de todas las cosas.

 

©MiguelPulido

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