05 Ago Nostalgia del Edén
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Shalom. Solemos traducir esa palabra hebrea como «paz», pero tiene un sentido mucho más amplio que la ausencia de conflicto. Se refiere a un estado donde todas las cosas encajan perfectamente, donde todo es como Dios quiere que sea, donde hay un adecuado equilibrio, un balance ideal, donde no existen las disonancias sino la perfecta armonía.
Así era todo en el principio.
Había shalom.
Por eso la historia de la Creación del mundo en la Biblia es tan poderosa. En esa época las personas creían que nuestra existencia surgió como el producto de un conflicto entre los dioses, siendo el ser humano el indeseable consecuencia de estas luchas de poder. Según estas narraciones, somos el resultado de la violencia. Entonces, naturalmente la violencia está escrita en nuestra esencia y es obvio que la multipliquemos.
Pero en la historia de Génesis, solamente hay un Dios, quien decide crear este Universo y darle un propósito. Una y otra y otra vez se repite la idea que lo que Dios crea es bueno. Y los seres humanos no somos el apéndice de un error cósmico, somos parte integral de esta bella obra de arte que fue creada buena, con un equilibrio perfecto, que originalmente se encontraba en shalom.
Hasta que pecamos.
Si quieren una definición de lo que es el pecado, es la ruptura del shalom.
Después de que decidimos guiar nuestra vida y nuestro mundo según nuestra voluntad y no la de Dios, toda la bondad de la Creación se distorsionó. La rebelión humana afectó fundamentalmente la esencia de una obra de arte que era naturalmente buena. Y eso desencadenó una serie de consecuencias inimaginables que mancharon nuestra relación con Dios, con nuestro entorno, con nosotros mismos y con los demás. La violencia entró a ser protagonista de un escenario en el que no estaba originalmente invitada.
Así que es normal que no nos sintamos cómodos con la violencia en ninguna de sus manifestaciones ni descripciones, incluso si ellas están atestiguadas en las Escrituras. Esa incomodidad que experimentas cuando lees historias que emanan la crudeza de la maldad humana es un eco divino que nos recuerda que las cosas no deberían ser de esa manera. En tus fibras está escrito el deseo por el shalom, que es el escenario en el que se supone se debería llevar a cabo nuestra historia.
Vives con una profunda nostalgia del Edén.
Cuando resistimos a las distintas manifestaciones de la violencia, estamos rebelándonos contra un estado inadecuado de las cosas. Pronunciarnos en contra de la maldad es un poderosa declaración: «¡esto no es lo que Dios tenía en mente!».
Quizás por eso Jesús, cuando estaba siendo víctima de la violencia más abominable que pudiéramos imaginar, oró, diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Nuestra violencia tiene consecuencias cósmicas. Todo acto de violencia es una forma de ruptura del shalom, que desequilibra el balance original de la Creación de Dios.
No acalles tu nostalgia del Edén.
Más bien, conviértela en impulso para (re)crear armonía.
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