
24 Mar PATERNIDAD, AZOTES, GRACIA
Hay pasajes bíblicos que secundan los golpes como parte de la disciplina. Para muchos, ese es argumento suficiente. “Ahí lo dice, entonces tenemos que hacerlo”. Otros toman la posición de ser selectivos en su lectura y descartan estos pasajes: “esta parte no me parece, entonces no la miro”.
¿Qué hacemos con esos pasajes?
¿Cómo los entendemos?
Quisiera mencionar solamente uno que está en el centro de la discusión y condensa el punto que queremos tratar:
No dejes de disciplinar al joven,
que de unos cuantos azotes no se morirá.
Dale unos buenos azotes,
y así lo librarás del sepulcro.
(Proverbios 23:13-14, NVI)
La forma de lectura de este pasaje generalmente es: “está bien golpear a los muchachos, obviamente no hasta el punto de matarlos. No seamos tan exagerados: ¡nadie se muere por unos cuantos golpes! De hecho, son necesarios para que no terminen desviándose hasta el punto de morirse por su rebeldía”.
Nuestro contexto determina la forma como leemos.
Pero quien escribió vivía en un entorno diferente.
Para los judíos, la Toráh era su legislación. Allí estaban escritas todas las estipulaciones de cómo se debía dirigir la sociedad, de qué manera se regulaban las relaciones humanas y cuáles eran las consecuencias del incumplimiento de determinadas leyes. Dentro de esas disposiciones tenemos la descripción de lo que se debía hacer en caso de tener a un hijo rebelde en casa:
Si un hombre tiene un hijo obstinado y rebelde, que no escucha a su padre ni a su madre, ni los obedece cuando lo disciplinan, su padre y su madre lo llevarán a la puerta de la ciudad y lo presentarán ante los ancianos. Y dirán los padres a los ancianos: “Este hijo nuestro es obstinado y rebelde, libertino y borracho. No nos obedece”. Entonces todos los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta matarlo.
(Deuteronomio 21:18-20)
¿Cuál era la consecuencia de la rebeldía y la obstinación?
La muerte por apedreamiento.
Esta legislación inevitablemente nos genera una lectura distinta del pasaje en cuestión. Porque la muerte no era una hipótesis ni una hipérbole, era una posibilidad. A un hijo rebelde lo mataban. Un padre de ese entonces bien podría decir: “prefiero azotar a mi hijo para que no se muera”. ¡Lo quería librar del apedreamiento!
Ahora, ¿has visto un apedreamiento en la plaza pública últimamente? ¿Uno de los puntos de la Escuela Dominical de nuestras iglesias incluye “apedreamiento de niños rebeldes por parte del equipo de diáconos”? Es más, ¿cuántos de nosotros seguiríamos contando la historia si esas leyes estuvieran vigentes? ¿No definen muchos de nuestros comportamientos palabras como desobediencia, obstinación o rebeldía?
Pero aquí estamos. No tenemos temporadas de apedreamiento en las iglesias ni aplicamos leyes como las de Deuteronomio. Quizás sin saberlo, estamos aplicando una postura hermenéutica de discontinuidad, la cual consiste en dejar atrás comportamientos, leyes, pautas y ritos del Antiguo Testamento en virtud de la obra de Cristo y del Evangelio.
En el Nuevo Testamento prevalece el principio de que los hijos honren a sus padres y que los obedezcan como un acto de devoción al Señor (Efesios 6:1). Se les invita a ejercer su voluntad y capacidad de decisión en pro de formar vínculos de amor, respeto y dignidad en las relaciones familiares. No son vistos en ningún momento como objetos pasivos sobre los que se descargan la ira, la frustración o sobre los que se imponen sueños e ilusiones, sino que son sujetos, individuos, seres humanos con posibilidad de elegir y a los que se les anima a hacerlo de la mejor manera.
La paternidad involucra la disciplina, el respeto, el amor, la guía, la orientación, el ejemplo, el ánimo, el consuelo, entre tantos otros elementos. La pregunta que se hacen los seguidores de Jesús, entonces, es: ¿cómo hacerlo? Si la ley de pena capital para el hijo desobediente ya no es vigente (discontinuidad), pero el principio de honrar y obedecer permanece (continuidad), ¿de qué manera desempeñamos nuestra labor?
Si una jovencita viniera a nosotros para contarnos que su esposo la golpea, le diríamos que lo dejara. ¿Por qué? Porque una relación que utiliza la violencia como medio válido de trato es inaceptable. Estamos en contra del maltrato. En todas sus expresiones. Solo porque el vínculo relacional entre padres e hijos sea distinto al de dos enamorados no significa que automáticamente el maltrato queda aprobado.
Los vínculos relacionales no son validadores de ninguna forma de violencia.
Ser padres no nos da el derecho de golpear a nuestros hijos.
La lectura contextual del libro de Proverbios nos invitaría a pensar que, por lógica, el uso de los golpes y azotes también ha claudicado con el desuso de la legislación que los explicaba. Cuando un padre golpeaba a su hijo no esperaba corregirlo, quería salvarlo. Literalmente era una cuestión de vida o muerte. Al no existir ninguna ley que tenga esa implicación en nuestro contexto actual, somos invitados a utilizar nuestra imaginación en una forma redimida, de tal manera que podamos visualizar nuevas posibilidades.
Porque, con frecuencia, golpear es más fácil que dialogar.
De hecho, la violencia sucede cuando se es incapaz de solucionar conflictos.
La disciplina surge del amor. Utilizarla como un mecanismo de imposición, un alimentador del narcisismo, un medio para retribuirle al ego herido o una excusa para perpetuar formas de maltrato, la deforma en su esencia y, en última instancia, le impide cumplir con su objetivo. A muchos hijos en nuestros contextos se les amenaza con la presencia de los padres (“vas a ver cuando llegue tu papá/mamá”), ya que la única forma de vinculación relacional era a través del castigo. Vivimos en un medio en el que, lastimosamente, muchos padres se sienten tranquilos con el hecho de que sus hijos les tengan miedo—que no es igual al respeto—, como si fuera normal que una de las relaciones más significativas del ser humano esté basada en la perturbación, no en la seguridad; en la desconfianza, no en la certeza; en el silencio, no en la comunicación; en las amenazas, no en la responsabilidad personal.
Si la única razón de la obediencia es el temor al castigo, los hijos, a medida que van creciendo, idearán formas creativas de evadir o de ocultarse, de tal manera que no practicarán distintas expresiones de la bondad por su naturaleza sino por esquivar resultados indeseados. Y esa es la cuna de la hipocresía.
El Evangelio presenta un camino diferente para enfrentar los conflictos, que no involucra ni la evasión ni la violencia. Jesús contó la historia de un padre al cual su hijo le pidió la herencia y se fue lejos de casa (Lucas 15). Esto no solamente era una afrenta contra la familia, sino una manera muy directa en la que le está diciendo a su padre: “quisiera que estuvieras muerto”. ¿Hay un mayor acto de deshonra? ¿Hay algo más irrespetuoso?
El hijo se va, hace de su vida un caos, y después del tiempo decide regresar a casa. Él pensaba que su padre lo iba a tratar como uno de sus siervos. Pero la situación es mucho más preocupante. Según las leyes de Deuteronomio, él merecía ser apedreado. Ya estaba más allá de la contención que unos azotes podrían suponer. El padre lo podía llevar ante los ancianos del pueblo y solicitarles que acabaran con la vida del hijo que había pisoteado el nombre de su familia.
Sin embargo, ¿cómo trató el padre a su hijo?
Corrió hacia él e hizo una fiesta en su honor.
Entonces cabe preguntar: ¿qué hubiera sido más fácil? ¿Golpearlo o abrazarlo? ¿Decirle unas cuantas verdades hirientes o celebrar su retorno? Cuando hablamos de esta historia y pensamos que se trata solamente de nosotros, suponemos que la gracia es fácil para Dios. Tenemos la idea de que no cuesta nada. Pero cuando hemos sido heridos en nuestra dignidad, las cosas no salen como esperábamos o nuestros hijos le dan la espalda a nuestro amor, la reacción más instintiva tiene que ver con golpear, lastimar con palabras o con silencio, darle una buena lección con formas sutiles de maltrato.
La gracia es más difícil. Nos encanta recibir el amor incondicional, inmerecido e inagotable de Dios, pero el Evangelio nos invita a que la gracia no sea simplemente nuestra experiencia sino también nuestro lenguaje. Que no se estanque en nosotros, sino que fluya a través nuestro. Lo que vivimos es el discurso más poderoso que le podemos dar a nuestros hijos. Cuando disciplinamos a partir de la gracia—y no de los golpes—estamos modelando a nuestros hijos cómo se ve una humanidad redimida, estamos manifestando una nueva manera de ser personas.
Dar de gracia lo que recibimos de gracia.
En todo nuestro caminar.
En todas nuestras relaciones.
Incluyendo, por supuesto, la relación con nuestros hijos.
©MiguelPulido
Sarah Juanita Campos
Posted at 09:31h, 25 marzoMuchas gracias por esta palabra ♥️
David Céspedes
Posted at 11:22h, 25 marzoHola Miguel, he estado reflexionando sobre tu escrito, y te agradecería que pudieras hablar un poco más sobre la parte en la que dices: «Al no existir ninguna ley que tenga esa implicación en nuestro contexto actual, somos invitados a utilizar nuestra imaginación en una forma redimida, de tal manera que podamos visualizar nuevas posibilidades.» ¿Qué nuevas posibilidades has visto tu que nos puedas recomendar? Creo que vivimos la gracia de Dios cuando mostramos real arrepentimiento ¿Pero qué debería suceder cuando no hay arrepentimiento y se peca premeditadamente?
admin
Posted at 17:16h, 25 marzoHola David,
Pensando en el tema de la crianza, el tema de las nuevas posibilidades está enfocado en vislumbrar formas de corrección y disciplina que no impliquen la violencia: diálogo, prohibiciones, espacios de distancia para reflexionar, y cosas por el estilo. La gente tiende a creer que pensar en la gracia es sinónimo de no disciplinar o de alcahutería, pero pienso que no van por carriles contrarios, porque la disciplina es una muestra de amor.
Gracias por leer y comentar
EPL
Posted at 17:52h, 25 marzoCreo que hay una diferencia entre castigar a un hijo con vara o azotes y castigar con vara o azotes con violencia. Creo que hay formas dialogadas, sin ira donde la vara puede ejercer su función. Es Dios violento cuando nos castiga? Lo hace siempre dialogando? O prohibiendonos cosas? No hay castigos fisicos que provienen de Dios como resultado de nuestra desobediencia? Gracias por el articulo!
Mayra Martínez
Posted at 21:42h, 25 marzoGracias, a veces se vuelve tan difícil como padres encontrar ese equilibrio. Dios nós ayude a mostrar su gracia y amor, en cada acto
Ivonne Lizeth Salcedo
Posted at 17:59h, 05 abrilPastor Miguel, toda una revelación este texto. Donde me concrego explicaron el tema de la «varita» y que era necesaria, pero esto verdaderamente abrió mis ojos, mi corazón, mi pensar…
Me dejas todo tan claro, Papá Dios te siga usando.