
16 Nov ¡PERÚ VUELVE A UN MUNDIAL!
Honestamente, no tenía muy presente el horario; fue más una coincidencia que un plan organizado el poder ver el juego definitivo que llevaría a Perú o a Nueva Zelanda al mundial. Ver un partido sin la presión de que esté jugando tu equipo es un beneficio sicológico importante porque disfrutas, no lo sufres. Sin embargo, como suramericano, estaba hinchando por la selección peruana.
Ya era justo que regresaran a un mundial.
36 años es demasiado tiempo.
Como el partido había quedado empatado sin goles en la ida, todo se definía en esos últimos 90 minutos. Pensamos que la serie sería fácil para los peruanos, pero no fue así. Los minutos empezaban a impregnar de angustia el estadio, sumado al hecho que los neozelandeses se envalentonaron y buscaron cambiar el curso de lo supuesto.
Pero llegó el gol de Perú. Bueno, terminaron por ser dos. La seguridad de una clasificación inminente se apoderó del estadio y dio paso al ansioso deseo por escuchar el pitido final. Los minutos se hacían eternos. La larga sequía llegaba a su fin. Vi en el rostro de los jugadores el orgullo del deber cumplido y la emoción que produce ver un sueño hacerse realidad. Ninguno había nacido cuando su país estuvo por última vez participando en una copa del mundo. Ahora ellos, quién lo iba a pensar, escribían su nombre en las páginas de su historia deportiva.
Una desbordante alegría inundó el estadio Nacional de Lima cuando se decretó el fin del partido. Las lágrimas, las sonrisas, los gritos, los abrazos y los cantos se fusionaron en una armonía de celebración confusamente hermosa. Las cámaras mostraron cómo padres abrazaban a sus pequeños hijos, quienes no entendían a profundidad lo que acababa de ocurrir. Su tiempo de espera fue tan corto como su edad. La magnitud del evento es tal que el Ministerio de Trabajo del Perú decretó que habría día cívico para facilitad la natural celebración.
¿Por qué el fútbol es tan poderoso?
¿Qué hace que 22 personas corriendo detrás de un balón con el propósito de meterlo en el arco contrario genere semejante espectro de expresiones?
¿Por qué lloramos, reímos, nos desesperamos y le hablamos a un televisor por un deporte?
Por el poder de las metáforas.
No se trata tanto de un juego, sino de todo lo que este revela acerca de la naturaleza humana. Allí convergen el amor y el odio, la alegría y la rabia, la ilusión y la decepción, lo mejor y lo peor de lo que somos como personas. Desata en nosotros múltiples emociones por la extraordinaria fuerza de la identificación. Todossabemos lo que significa luchar por alcanzar un sueño que ha sido esquivo, en algunos casos, por décadas enteras. A nuestra manera, conocemos el sabor de arrancarle una victoria al intransigente mundo de las estadísticas. Nos alegramos con Perú, porque también hemos sentido (o querido sentir) lo mismo.
No celebramos tanto que un equipo haya tenido un triunfo en su disciplina deportiva; celebramos abrazados en el terreno de las coincidencias de nuestra humanidad. Tanto los dolores como las alegrías tienen la paradójica facultad de unirnos. Tienen la facultad de sobrepasar las fronteras, decolorar las banderas, atenuar los acentos y regresarnos al hecho esencial de lo que somos como personas. No nos alegramos solamente porque un balón haya entrado a un arco dos veces, nos alegramos por un país entero que vuelve a desempolvar la alegría que, por motivos de fuerza mayor, se había quedado represada en el desván de los recuerdos.
Gritemos entonces con una felicidad desbordante que ¡Perú vuelve a un mundial!
©MiguelPulido
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