
30 Nov ¿POR QUÉ A MÍ?
El periodista se sentía con seguridad suficiente como para darle un giro personal a la entrevista. Pensó que lo había logrado, que tenía al entrevistado en sus manos. Había lanzado la pelota al campo contrario con la pregunta:
— ¿Cómo puede ser feliz sin tener el cuerpo completo?
No recuerdo su nombre, pero sí la escena. Se trataba de un hombre que había perdido las extremidades en un accidente. Acostumbrarse a su nueva realidad le costó lágrimas, depresión, contemplar incluso el suicidio. Sin embargo, en algún punto de la historia descubrió que la vida podía seguir adelante. Quizás nada sería igual, pero estaba dispuesto a ver su situación desde otra perspectiva. Desde ese momento tomó la decisión de inspirar a otros.
Así que sus palabras de respuesta no fueron simplemente un ingenioso uso de la retórica, más bien encerraban el dulce sabor de la sabiduría que regala la experiencia. En forma de contrapregunta dejó en la lona las suposiciones de su entrevistador…y también las nuestras:
— ¿Cómo puede alguien que está completo no serlo?
La felicidad es una elección del corazón.
Normalmente cuando usamos la expresión “¿por qué a mí?” lo hacemos en contextos negativos, de sufrimiento, de impotencia frente a las embestidas injustas, inesperadas y a veces salvajes que nos da la vida. “¿Por qué a mí me toca lidiar con esta enfermedad (o criar estos hijos o vivir en este lugar o estar rodeado de estas personas)?”. Pensamos que el Universo funciona por una ley de causa y efecto, tocándonos a nosotros la peor de las partes. Merecíamos algo diferente.
A veces, torpemente, suponemos que el consuelo proviene de la comparación, pero lo único que logramos es ahondar más la culpa. «¿Cómo es que una persona sin extremidades puede ser feliz y yo, en cambio, vivo tan amargado? ¡Qué miserable soy!”, podría ser el resumen de ese monólogo interno. Este tipo de tendencias nos hunden más en el fango de la desesperación.
Pero podemos elegir un camino distinto.
¿Qué pasaría si hiciéramos la misma pregunta con un enfoque diferente?
Cuando vi esa entrevista recordé lo afortunado que soy, no con culpa sino con gratitud. Tengo una cantidad inaudita de testimonios de la gracia de Dios conmigo, y reconozco que frecuentemente los doy por sentado. Permití que en mi mente se alojara la idea que merezco el bienestar que me rodea. ¿En serio? Yo nunca le he pagado a nadie por una bocanada de aire, tampoco trabajé duro para que haya personas que me amen (¿se podría pagar el amor con dinero?), aún los talentos que me permiten desarrollar una tarea son un regalo. ¿De dónde sacamos la idea que nos merecíamos la belleza que está permanentemente a nuestro alrededor?
Mi propuesta es que intentes este experimento: ¿qué pasaría si hicieras esa pregunta por cada cosa buena que te ocurre? “¿Por qué a mí me diste estos dones o la posibilidad de respirar sin ayuda de una máquina o una familia o amigos o la capacidad de sentir el calor del sol o la facultad de ver la sonrisa de alguien que quiero?” La misma pregunta, diferentes reacciones.
Sí, te han pasado cosas duras, difíciles y dolorosas, pero también te ha ocurrido la gracia divina. No es ignorar la realidad sino verla desde una perspectiva más amplia. Dios también ha sido bueno de múltiples maneras. Cultivar el agradecimiento en nuestro corazón puede ser un recurso que nos ayude para enfrentar las situaciones dolorosas que trae la vida.
Porque la gratitud es la consecuencia natural de haber degustado la gracia.
Quizás sólo es cuestión de abrir un poco mejor los ojos.
©MiguelPulido
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