Vale La Pena Morir (Parte 2): Las Mujeres En El Matrimonio - pulidomiguel
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Vale La Pena Morir (Parte 2): Las Mujeres En El Matrimonio



Efesios 5:22, literalmente, dice así: ‘Mujeres, a sus propios maridos como al Señor’.

Es obvio que falta algo.

Falta un verbo.

¿Dónde está? ¿Dónde debemos buscarlo? ¿De qué está hablando Pablo?

La lógica de las leyes de la gramática nos lleva a buscar el verbo atrás y no adelante. El verbo que apareció anteriormente es “someter” (v. 21). Es decir, las mujeres deben someterse a sus maridos. Pero ese no es el meollo del asunto, sino que nos muestra una vez más la conexión que tiene esta sección con el versículo anterior. El sometimiento mutuo es un asunto que atraviesa toda esta sección.

La mujer debe someterse, al igual que el hombre, a su cónyuge. No a los demás maridos—al menos no de la misma manera que se somete a su esposo. Porque su matrimonio es una relación exclusiva, única, privilegiada. La mujer debe aprender a vivir en la tensión de someterse mutuamente a todos sus hermanos en Cristo y, a la vez, someterse de manera única a su propio marido. Su sometimiento a los otros no debe rebasar nunca su sometimiento a su esposo.

Cuando este orden se altera es que los problemas comienzan.

Cuando tu relación deja de convertirse en exclusiva para convertirse en algo público, hay problemas.

Cuando empiezas a relegar la opinión de tu marido a una posición irrelevante, hay problemas.

Cuando otros hombres están siendo más importantes que tu propio hombre, hay problemas.

El matrimonio es una relación exclusiva. Y siempre hay problemas cuando comenzamos a olvidar la exclusividad del matrimonio. Siempre hay problemas cuando demasiadas personas están involucradas. Siempre hay problemas cuando olvidamos el valor único de esa persona. Porque, mujer, de entre los tres mil millones de hombres que existen en nuestro planeta, lo escogiste a él. Nadie más en todo el mundo va a tener el privilegio de disfrutar el resto de su vida a tu lado. No existe, ha existido o existirá la persona que goce de tu respeto como ese hombre. Es tu llamado invertir toda tu vida en ello.

Pero, como es costumbre, Pablo no se queda allí; va un paso más allá. Dice que esa sujeción se fundamenta en que el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia.

¿Qué significa que el hombre es cabeza de la mujer?

Esta verdad, tristemente, ha sido tomada de una manera arbitraria y fuera de contexto para expandir nuestro machismo cultural en nombre del cristianismo. Se ha encontrado aquí la excusa bíblica para decir que el hombre es superior a la mujer y, por lo tanto, se le debe obedecer sin ningún cuestionamiento. Por eso debemos tocar este tema con cautela, tratando de quitarle todo el polvo de la malinterpretación histórica y cultural, para llegar a ver este tesoro en su esplendor original. A fin de entender mejor la idea que Pablo quiere transmitir, entonces, debemos mirar este texto junto con 1 Corintios 11:3, otro lugar donde usa el término.

Es evidente que Pablo está hablando allí en un sentido metafórico. El tema que está tratando es el orden del culto, específicamente en cuanto a la profecía y la oración. Entrar en todos los detalles que se tocan es para otra reflexión. Lo que nos compete es el principio general que se declara: “el hombre es cabeza de la mujer”. El núcleo de esta declaración se encuentra en las comparaciones que Pablo hace. Dice que el hombre es cabeza de la mujer, la cabeza del hombre es Cristo y la cabeza de Cristo es Dios.

Al verlo en detalle vamos a encontrar que esto es mucho más profundo que lo que pensábamos a primera vista. Como es común, Pablo lleva las cosas a un nivel más profundo: está estableciendo el trasfondo teológico de la verdad que está transmitiendo. Y eso es lo que nos hace aterrizar mejor el asunto, ya que tenemos que tener en mente un punto esencial para entender lo que Pablo quiere decir: debemos mirar quién es Cristo.

Sabemos, por lo que hemos estudiado en Efesios (y por otros textos), que Pablo deja en claro que Cristo es Dios. Él es la encarnación del Señor, Dios de Israel. Por ende, merece la misma adoración y goza de la misma autoridad que el Creador. Sin embargo, entendemos que Jesús es Dios y aún así es diferente al Padre. Un único Dios; manifestado en tres personas diferentes (El Espíritu Santo es esa tercera persona). Es el misterio de la Trinidad del cuál parte Pablo para hablar aquí de Dios como cabeza de Cristo. No se trata, por lo tanto, de subordinación o inferioridad del uno sobre el otro, sino que el término tiene el sentido de ‘fuente’, “como la ‘fuente’ o ‘cabecera’ de un río”[1]. Es decir, la palabra se usa aquí para mostrar la procedencia de la autoridad, la base sobre la que descansa esa responsabilidad. La autoridad de Cristo procede de Dios como cabeza y, de la misma manera, la autoridad del hombre procede de Cristo como su cabeza. Es una autoridad que viene de alguien mayor y no de él per se.

Para completar su exposición, Pablo trae a la mente la historia de Génesis 2 (en los vv. 8,9 y 12), donde los primeros seres humanos fueron puestos como autoridad sobre la creación de Dios. Autoridad que les fue dada por Dios mismo, de quien proceden todas las cosas.

El término ‘cabeza’, en este caso, nos muestra que la relación hombre-mujer está estructurada. Ahora, ello no implica que uno doblegue al otro. ¡No podemos sacar semejante conclusión sin tener en cuenta el contexto en el cuál habló Pablo! De hecho, lo que hace Pablo es ir en una dirección contraria: exalta la relación de hombre y mujer al punto de compararla con la Trinidad. En otras palabras, podemos entender mejor cómo funciona la relación del Dios Trino cuando el hombre es verdaderamente cabeza de la mujer.

Que exista una estructura no implica que haya subordinación.

Con todo esto en mente, ahora podemos volver a Efesios.

Un lector atento de la carta tendrá claro que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, quien, a su vez, es su cabeza (4:15). Ahora Pablo demuestra que esa autoridad y liderazgo de Cristo sobre la iglesia están relacionados con su obra salvífica, es decir, su muerte en la cruz. Cristo es cabeza de la iglesia en tanto que es su salvador. Esa es la razón por la cuál la iglesia obedece por amor a Cristo: porque él entregó su vida por ella. Es una relación recíproca: la iglesia respeta a Jesús porque él le dio tal valor que entregó su vida por ella.

Para la iglesia lo más importante debe ser Cristo, así como para Cristo lo más importante fue la iglesia.

Ese es un principio que fundamenta la relación matrimonial: el hombre es cabeza de la mujer y, por lo tanto, ella lo respeta. Ella honra a ese hombre que es capaz de entregar todo por ella. Se somete voluntariamente por amor a él y por amor a Cristo.

Porque es en el matrimonio donde ella principalmente va a demostrar su amor por Jesús.

El llamado de la mujer, en últimas, es respetar a su esposo por el resto de su vida. Su vocación es demostrar con él la plenitud del sometimiento al otro—de la misma manera que él ha de mostrarlo con ella.


Por estos días escuché una noticia sobre infidelidad en Irlanda.

Resulta que la esposa del primer ministro irlandés—quien trabajaba como diputada o senadora (no lo recuerdo bien) —tuvo una relación extramarital con un jovencito de 19 años. Después de más de 30 años de matrimonio, ella le fue infiel a su esposo. Lo irrespetó. Le falló. Lo traicionó.

Hace poco tuvo la osadía de aceptar esto ante los medios. Obviamente, no usó esas palabras, pero lo que había ocurrido seguía siendo terrible.

Tras esto, la gente esperaba la respuesta del marido traicionado. Todos exigían justicia; que ella tuviera su merecido. El divorcio era lo menos que se podía esperar después de semejante golpe. Eso es lo que le pasa con los traidores.

Esta semana el hombre por fin habló.

Parecía sencillamente una entrevista de trámite. El periodista daba por sentado que él se iba a divorciar:

“¿Ahora que viene para usted tras terminar esta relación?”

“Un momento—dijo el primer ministro irlandés—, ¿quién dijo que esta relación está terminada? Yo hablé con mi esposa y, tras pensarlo detenidamente, me di cuenta que mi amor por ella es más grande que su falta. Yo decidí perdonarla y le pido a la gente que deje juzgarla”

“Decidí perdonarla…”

Una historia así nos conmueve; choca con nosotros. Porque no es algo natural, normal. No es lo que ella se merecía. Ella era una traidora, una irrespetuosa del vínculo sagrado del matrimonio. Eso merece un castigo, ¡no perdón!

Pero él decidió perdonarla.

Una historia así nos conmueve en lo más profundo. Porque nos recuerda que nosotros somos también traidores. Quebrantamos el vínculo de amor que Dios nos otorgó desde el principio de los tiempos. Le dimos la espalda al Creador. Eso merece un castigo, ¡no perdón!

Pero Cristo nos perdonó.

Una historia así nos conmueve, porque nos recuerda que esa es la gracia sobre la que se fundamenta la relación matrimonial. Nos deja ver a una mujer que es amada por encima de sus actos. Una mujer a la que se le vuelve a dar la oportunidad de respetar a un hombre que la ama incondicionalmente. Un hombre que es capaz de entregar todo de sí para volver a empezar.

Esto nos lleva muy bien a Efesios 5:25-30…

Continuará…


[1] WRIGHT, Tom. El Servicio De Las Mujeres En La Iglesia: La Base Bíblica. Traducido por Eva Navarro. 2007. p. 9.

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