27 Ene Vale La Pena Morir (Parte 4): El Misterio Del Matrimonio
En Efesios 5:30-33, Pablo nos lleva a Génesis 2:24. Nos recuerda que desde la Creación de la primera pareja humana el propósito era que ésta tuviera un vínculo único, inquebrantable, que fueran una sola carne. Y eso implica, además, dejar la seguridad de la familia para ser una nueva familia. Cuando se omite este punto, hay problemas. Se hace daño cuando se quiere ser una sola carne sin dejar a padre y madre (dicho sea de paso, cosa muy común en la actualidad). Significa tener una unión privilegiada, pero seguir conservando otra serie de uniones. En ese caso ¿qué haría de esa unión algo exclusivo? ¡Nada!
El matrimonio no quiere decir que cada uno va a olvidar su historia. Eso es imposible. Todo ser humano cuenta con un pasado que, en mayor o menor medida, afecta su presente y afectará su futuro. No somos como un computador que se formatea, borrando todo su historial. Más bien, la invitación de Dios es a empezar una nueva historia. El matrimonio es un nuevo comienzo; una narración ininterrumpida de la historia que teje esa pareja que decidió unirse para siempre. Es dejar atrás y, al mismo tiempo, es mirar para adelante.
En el matrimonio se conjugan finales y comienzos.
Es un misterio.
Estamos limitados para describirlo con palabras.
A lo sumo descubriremos nuevas dimensiones con el correr del tiempo y la experiencia, pero siempre nos quedaremos cortos ante su infinita profundidad.
Hace poco me encontré con un libro titulado “Casados Pero Felices”. A pesar de lo chocante y anti-bíblico que me sonó el título (aunque era ‘cristiano’), decidí echarle una ojeada a su contenido. Me dirigí directamente al tema de la sumisión. El autor, como la mayoría, recalcaba el hecho que la mujer debía estar sujeta al marido y obedecerle, pero no recordaba que la sujeción era mutua; ni siquiera, de hecho, dijo que el marido tenía el deber ante Dios de amar a su mujer.
El problema, sin embargo, apenas estaba comenzando.
El autor, tras una débil argumentación, decidió poner unos versículos para probar que lo que decía estaba fundamentado en las Escrituras. Uno de los textos que citó fue el siguiente:
A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti.
(Gn 3:16)
Por alguna razón que desconozco tendemos a pensar que entre más versículos cite un autor más cristiano o más bíblico es su pensamiento. Eso no es cierto completamente. De hecho, dicha perspectiva presenta un inconveniente: en muchos casos—al igual que el que acabo de citar—se toma el texto fuera de contexto. Por querer probar algo en ocasiones nos dirigimos en un camino distinto al que la Palabra de Dios propone. Corremos el riesgo de violentar la Biblia al simplificarla de semejante manera, omitiendo su complejidad histórica, idiomática, gramatical, social y cultural. Aquí tenemos un caso perfecto que demuestra esa tendencia.
Sé que puede sonar obvio y hasta tonto lo que voy a decir, pero aún así es mejor recalcarlo: Génesis 3 está después de Génesis 2. Y, además, la historia que se nos narra allí es de tal importancia que no podemos simplificarla sin siquiera detenernos a observar lo que ocurre.
El libro de Génesis comienza narrándonos, en sus primeros dos capítulos, la creación del mundo.
Dios tomó la decisión de crear todo cuanto existe. Y lo hizo bien. Vez tras vez nos encontramos con el mismo estribillo en el capítulo 1: “y vio Dios que era bueno”. Sin embargo, al crear Dios al ser humano—y, con ello, concluir su obra creadora—, el estribillo cambia: ya no dice que “era bueno”, sino que “era bueno en gran manera” (RV60). En otras palabras—según lo detalla Génesis 2—, el hombre y la mujer fueron creados en una perfecta relación con su Creador, con su entorno y entre ellos. Ellos son la cumbre de la Creación.
El Edén era un lugar donde todo “era bueno en gran manera”.
Pero ahí aparece el capítulo 3.
Los primeros seres humanos tenían un claro mandato de Dios: podían comer de todo árbol que había en el huerto en el que se encontraban, excepto de uno. El hombre, no obstante, decidió sobrepasar este límite establecido por Dios. El capítulo 3 de Génesis nos cuenta los detalles y el principio de las consecuencias de este primer acto de desobediencia humano.
La historia tomó un rumbo diferente. Ya las cosas no eran buenas en gran manera. La Creación en su totalidad sufre las consecuencias del pecado humano.
Es en este ambiente donde aparece el versículo 16 del capítulo 3. Allí, Dios le dice a la mujer que estará bajo el dominio de su esposo. Es decir, la relación perfecta e ideal de ayuda idónea, de una sola carne, que se había presentado en Génesis 2, se había desmoronado. Su relación de hombre y mujer (como iguales) había degenerado en una de dominador y dominada.
Con esto en mente, volvamos a ver lo que dice Pablo. Al leerlo, se levantan unas preguntas: ¿Por qué Pablo al habla de sujeción cita Génesis 2:24 y no Génesis 3:16? Es más, ¿Por qué Pablo trae ahora semejante idea de “sujeción mutua”? ¿No qué el hombre dominaba sobre la mujer como consecuencia por el pecado?
¿Ha habido algún cambio desde entonces?
Pablo respondería a esta última pregunta con un rotundo “sí”. Sí existe un cambio que no podemos olvidar. Un cambio que repara lo que el pecado echó a perder. Un cambio que restaura la relación entre esposos como era originalmente. Un cambio que nos hace dejar de citar Génesis 3:16 para volver nuestra mirada a Génesis 2:24. Un cambio que termina con el dominio del hombre sobre la mujer y, en consecuencia, hace posible el concepto de “sujeción mutua”.
Ese cambio tiene un nombre propio: Jesús.
Pablo fundamenta todo su argumento en la obra de Cristo. En su argumentación nos demuestra que la muerte y resurrección de Jesús no sólo nos sirve como pasaporte para el cielo, sino que inaugura la restauración de Dios a su creación. Por esa razón, Jesús mismo dijo que “el Reino de los cielos se había acercado”. El nuevo comenzar es una realidad actual y activa. Jesús vino para pagar el precio por el pecado humano. Eso significa que podemos empezar a degustar nuevamente, al menos en principio, las mieles del Edén. Él mismo dijo que sólo era un comienzo, que todo iba a estar completo cuando viniera por segunda vez, pero aún así nos invita a gozar de la restauración de la Creación.
La historia, una vez más, tomó un rumbo diferente. Las cosas vuelven a ser buenas en gran manera. La obra de Cristo lo hace posible.
Cuando un hombre decide dejar a su padre y a su madre, unirse a su mujer y ser una sola carne con ella, ese hombre nos está presentando una fotografía del paraíso. Cuando ese hombre hace de esa mujer su ayuda idónea, su compañera adecuada de equipo, nos permite ver el deseo original de Dios. Por el contrario, cuando un hombre domina sobre su mujer, vive como si Cristo no hubiera venido y sólo nos muestra la parte sucia de la historia. Porque la autoridad, en últimas, no es algo que se exige; la autoridad se inspira.
Así, y para finalizar esta sección, Pablo concluye sintetizando lo que debe hacer la esposa y lo que debe hacer el esposo: la mujer debe respetar y el hombre debe amar, y ambos, si lo recordamos bien, se deben someter.
¿En qué momento perdimos el rumbo?
¿En qué momento el matrimonio se convirtió en “echarse la soga al cuello” para dejar de ser una degustación de la bondad divina?
Para ser muy honesto, sólo se cómo funcionan los matrimonios por observación y no por experiencia. No sé cómo es el matrimonio de cada uno de ustedes, o cómo lleva cada uno su relación sentimental, o si tiene una relación sentimental, o si quiere una relación sentimental, o si nunca quiere volver a tener una relación sentimental. No lo sé. Pero aún así creo desde el fondo de mi corazón que el texto que estudiamos hoy sigue teniendo vigencia. Puede ser lo que nos impulse a ir un paso más lejos.
Si queremos hacer del cristianismo algo relevante y no ser sólo lacayos del machismo de nuestro entorno, entonces debemos tratar de empezar por nosotros mismos.
¿Cómo podemos vivir este texto hoy?
Continuará… (El próximo es el último de la serie, lo prometo)
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